No sé cómo se
movía la gente antes de que esos horribles, tibios, sucios, densos y olorosos
buses rojos se tomaran la ciudad. No llegaron solos, pues sus imprácticas,
incómodas y ruidosas estaciones les fueron imprescindibles. Admito que moverse
por el monstruo que es Bogotá es mucho más fácil en un articulado, pero nadie
ha dicho que sea más cómodo. Un acogedor bus de servicio ejecutivo, esos que
van por toda la carrera 30, que siempre van vacíos, donde las sillas tienen
cojines y el radio suena sin pena, no se podrá comparar nunca con los de las
sillas rojas y duras, la inverosímil voz de la grabadora y el inmundo pitido de
las puertas cerrándose, dejando a tu amor afuera. Bip bip biiip.