Pita es una vereda de
Colombia, en el departamento del Atlántico, en el municipio de Repelón, en el
corregimiento de Las Tablas, a 1.085 kilómetros de Bogotá. Su tierra es árida,
pero crecen árboles de limón y los limones botan buen jugo. Los habitantes se
dedican al ganado avícola y porcino. El medio de transporte predilecto es el
burro. El clima, en un día normal, puede alcanzar los 40 grados centígrados.
Desde cualquier esquina de Pita se puede ver todo Pita. Si Macondo no fuera
Aracataca, sería Pita. No pasa el tiempo, no pasa nada.
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Todo Pita |
En el 2000 las mujeres
visten gris
Antes que la electricidad y
el gobernador, antes que los primeros arcos de fútbol y tableros de baloncesto;
antes que el agua, antes que el pavimento y el Ejército; antes que los inodoros
y los cimientos, llegaron los paramilitares
del bloque Norte de las Autodefensas, al mando Rodrigo Tovar Pupo, alias
"Jorge 40".
Su líder en la zona -que no
tenía agua, oro, oleoductos, corredores de drogas, centros médicos ni tierra
fértil- era Rafael Eduardo Julio Peña alias
"El Chiqui". El Chiqui y su gente llegaron a Pita
el 31 de diciembre que se celebró el fin del milenio y asesinaron a cinco
personas. Después, en el 2003, la gente volvió a llegar y mataron a tres
personas más.
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"El Chiqui" hace parte de la Ley de Justicia y Paz desde 2008 |
En la zona, que sigue sin
tener agua, oro, oleoductos, corredores de drogas, centros médicos ni tierra
fértil, hubo presencia del frente 97 de las FARC desde finales de los 90
y ese fue el pretexto para ambas masacres, que ocasionaron el desplazamiento masivo
y forzoso de la comunidad: para las AUC y para el Atlántico, Pita era
colaborador de la guerrilla.
¿Qué tan colaboradora podía
ser una vereda en la que solo hay una tienda? A no ser que un elemento
determinante en la guerra sea la Big Cola, no hay nada que Pita pudiese ofrecer
a ninguno de los bandos. Igual los masacraron.
Aquella tarde remota en que
su padre lo llevó a conocer el hielo
La tienda que vende Big
Cola y otras cosas es de Nini Johana Rodríguez Romero. Hoy Nini tiene 34 años y
es madre de tres hijos: Adriana, Yoiner y Eduardo. Adriana tiene 15 años,
Yoiner, 11 y Eduardo, 6. Ellos son uno de los 38 núcleos familiares que componen
Pita, en la que todos son Romero por algún lado.
Yoiner y Eduardo, como el
resto de los niños, corren de casa en casa (no hay más de 40) y juegan fútbol.
Uno de los niños es Moisés, que se diferencia de los demás por no usar
pantalones con frecuencia. Las niñas montan en bicicleta, se tiran por las
pendientes en ellas y juegan fútbol igual (o mejor) que los niños, porque no
hay carros ni muñecas ni balones ni nada que abra una brecha entre sexos a la
hora de jugar a algo. No hay nada con qué jugar. Todos andan descalzos y,
cuando yo me quité mis zapatos y dejé mis diez dedos al aire, les impresionó
ver que éramos de los mismos, de los que tienen cinco dedos en cada pie.
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Con la camiseta de la Selección, Yoiner. A la derecha de Yoiner, Ever |
Todos los niños están
registrados, pero no vacunados. Nunca en sus vidas habían visto una bolsa de
agua, de esas que valen 400 pesos, y no sabía cómo se usaban. Ever y Orlando
José estaban conmigo. Les quité las bolsas de las manos, les mostré cómo se
muerde la esquina y se escupe el pedacito de plástico que queda en la boca; les
dije que bajaran la cabeza y con desconfianza me obedecieron; les regué todo su
contenido helado y transparente en la espalda, en la cabeza, en el pelo, en las
orejas, en el cuello, y no tuvieron idea de cómo comportarse ante el agua fría.
Esa indiferencia tuya es la
que me domina
Dicen las malas lenguas que una carretera, una
escuela primaria, una cancha de fútbol y un módulo habitacional de madera son
reparación. No, no, no y no. El fin del conflicto está obligando al Estado a
aparecerse por donde jamás lo hizo y lo está obligando a hacer lo que debió
hacer hace veinte años. Si en Pita no hubieran masacrado ni desplazado a nadie,
¿Recibiría también una cancha, una escuela, una carretera y unas casas? No se
sabe y ya no se supo.
Panzas infladas no hay solo en África. Colombia
está llena de Etiopías, de niños que juegan fútbol ardiendo en fiebre, que son
más bajitos y menos inteligentes que el promedio, solo porque están mal
alimentados. La Habana está a 2,211.24 km
de Bogotá. Pita, a 1.085. Lo lógico es empezar por lo que
queda más cerquita y darle a Pita la Reparación que se merece.
Hoy, "El Chiquí"
recibe mayor garantía de sus derechos que sus víctimas, hace parte de la Ley de
Justicia y Paz y rinde versiones
desde el 2009. De seguro toma agua transparente y fría, se baña
todos los días, tiene todas las vacunas con su respectivo refuerzo, su inodoro desagua en una cañería y en un par de años será
tecnólogo en alguna disciplina. Y la famosa ley pregona:
"La presente ley tiene
por objeto facilitar los procesos de paz y la reincorporación individual o
colectiva a la vida civil de miembros de grupos armados al margen de la ley,
garantizando los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación".
Esa ley quedó al revés. Yo habría escrito:
"La presente ley tiene por objeto garantizar los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y reparación, porque es la única forma de facilitar los procesos de paz, y cuando ya no quede nada más qué hacer, reincorporar individual y colectivamente a la vida civil a miembros de grupos armados al margen de la ley. Nadie dice que no sean reincorporados, pero no son prioridad. Les tocó al final".
Pita queda a 2 horas de Barranquilla y cuando llueve, llueve agua tibia |
En las ciudades, en las calles, en los almuerzos
familiares y en sus redes sociales, la paz tiene más cara de castigo, de karma,
de que paguen esos desalmados, cuando debería tener cara de lápices, loncheras,
vacunas, busetas, tomas eléctricas, casas cimentadas y agua transparente.
Si bien la famosa Ley incluye -en
el Artículo 8, que describe el derecho a la Reparación- "la difusión de la
verdad sobre lo sucedido", nadie tiene idea de que Pita existe. Nadie. No
aparece en ningún mapa. Si lo buscan en Google, sale un restaurante en España.
Si se los nombran, lo primero que piensan es en el plato de Crepes & Waffles.
Pero Pita es todo lo que
quienes que pregonan la paz no admiten. La paz que importa es que Yoiner tenga un balón. La paz que importa no le importa a nadie, porque la paz que importa es que Adriana pueda entrar a la
universidad y que Nini tenga un baño en su casa. La paz que le importa a muy
pocos es que en Pita haya agua limpia. La paz que le importa a la mamá de Moisés es que vacunen a Moisés, no que "El Chiqui" se pudra en una cárcel de Texas. Paz es que se recuerden a las víctimas del
2000 y del 2003. Paz es que Pita aparezca en el mapa y eso no se firma en La Habana.