Admiro profundamente a las mujeres que deciden abrirse camino a punta de gambetas, fintas y regates, en medio de una sociedad tan hermética, machista y goda como la nuestra. Y es que salir del closet del fútbol es difícil para cualquiera. Si eres mujer, se te va a anchar el cuerpo, serás una lesbiana, marimacha y no serás millonaria aunque juegues algún día en Italia. Ah, pero si eres un niño de 6 años que no sabe patear y que tampoco se anima a tapar, man, te quedaste sin amigos por el resto de la primaria.
Soy una convencida de que la gran responsabilidad de acabar con esos imaginarios estúpidos los tiene la comunicación y especialmente, la publicidad. Si no creyera en eso, no estaría escribiendo esto desde mi escritorio en la agencia, a toda mierda, porque tengo que entregar un brief a creativos en media hora. Precisamente desde este escritorio, he conocido los objetivos, procesos y mañas del marketing y sé que ponerle la camiseta de la Selección Colombia a Paulina Vega solo era una mecánica para ganar visibilidad, reach, engagement, inglés, Britney Spears, pop.
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Lanzando camisetas. |
La pataleta por redes sociales funciona, claro que sí, para que los clientes se asusten y les digan a sus ejecutivos de cuenta: “Uf, marica, no quiero que me pase lo de Adidas”. Despertando esos miedos se despiertan también las dudas de si estamos haciendo las cosas tan bien como podríamos y esas dudas provocan la transformación en mejores campañas, mejores publicistas, mejores entidades, mejores jugadas. Obvio que falta visibilizar a las mujeres, no solo en el fútbol, en absolutamente todo. Lo estamos haciendo, a la velocidad que nos lo exigimos. Por su lado, Paulina Vega no busca afianzar el héteropatriarcado fundado en los estándares provenientes de estereotipos tradicionales de lo que es bonito y lo que no. Les juro que no. Se calman.