Nunca sabremos qué pasó esa noche entre Eileen y Alejandro. Y es que ya usamos esos nombres como si fueran nuestros vecinos, como si hubiéramos escuchado los gritos, las porcelanas cayéndose al suelo, los golpes de ira contra los muros, los ladridos de nuestros perros provocados por el estruendo del lado y un cargador de iPhone todavía por ahí conectado. Hablamos con la propiedad que nos han otorgado los medios, gracias a los cuales no nos falta ni un detalle de lo que no sabemos ni mierda.
A le gente no se le pega. No hay razones que justifiquen nunca una conducta violenta. Ni de ida ni de vuelta. Pero, amiga, date cuenta. Una pelea de protagonistas de novela ha tenido más tiempo al aire que los 343 líos de faldas en los que ya va la cuenta. Está buenísimo que actos horribles envalentonen a la gente, aviven causas justas y abra conversaciones necesarias. Hay que cuidar mejor la atención y los argumentos que sustentan juicios de valor. A veces es mejor hacer como yo: saber que todo se nos va a olvidar el martes, cuando lancen la novela en Caracol.