Hasta hay normas que reconocen a los establecimientos que son libres de discriminación. Es un decreto que resalta el arduo trabajo de sitios en los que la gente puede ser exactamente quien es, y ser atendida toda por igual. Como en una ciudad real, cosmopolita, de verdad. Y es que darle a un premio a un bar por no discriminar es como aplaudirle a una guitarra solo por sonar.
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Chueca. |
Pero solo hay algo más absurdo que enaltecer un comportamiento que debería ser completamente normal y es la sed innecesaria por ver infelices a los demás. Entonces, en el país de los buses provisionales que se quedaron para siempre, se convocaron a marchas para que los establecimientos pudieran volver discriminar con absoluta libertad. Y la gente fue, con tal de no trabajar.
Marchar es un placer infinito. Marchar convencido es como bailar enamorado. Todos, por más uribistas y homofóbicos que sean, deberían poder sentirlo al menos una vez. Que el DJ ponga la canción de las dos. Que yo esté al otro lado del bar y solo con escuchar el primer compás ya sé que es nuestro reguetón. Correr. Tirar los tragos. Pisar al del lado. Cogerle la mano y un dos tres cuatro. Eso es lo que nos diferencia. Que yo solo les deseo la misma felicidad que yo he sentido a los que marcharon hoy, que lo hicieron precisamente para que yo no la vuelva a sentir nunca bailando pegado.
No es lo mismo vivir tranquilo que vivir feliz. Negros, pobres, trans, discapacitados, maricas y torpes somos felices tal y como somos. Me atrevo a decir que los infelices siendo distintos son los otros. Algún día, con o sin ley, con o sin las firmas de quién sabe quién, nos llegará el turno de la tranquilidad a nosotros y solo entonces este país va a saber lo que es bailar hasta abajo.
Tremendo Manu
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