Me siento traicionada. Tal vez tengo muy
fresco el idealismo de la universidad, de aquella clase que me eché por fallas
pero en la que aprendí que el periodismo vigila la democracia. Quizás con los
cuadernos más disponibles de la cuenta y las memorias todavía frescas, veo en
la pre candidatura de Hollman Morris, la de Pachito, en la carrera de Claudia
López, en la ex presidencia de Andrés Pastrana y en la segunda oportunidad de
Juanpa una traición inmensa al periodismo.
Esta modita no es de ayer. Antonio Nariño
fue periodista y eso muy pocos lo saben. Seguro los nombre que acabo de
enumerar lo tienen anotadito en sus agendas. Sin duda alguna siguen los pasos
del prócer. Cómo no. En 1790, Nariño adquirió una imprenta, con la que percibió
los alcances del oficio periodístico y la importancia de la difusión de
información. El 4 de agosto,
comunicadores y periodistas celebramos nuestro día nacional, nos daban almuerzo
gratis en la universidad y se conmemora
el inicio del trabajo clandestino de Nariño en la a traducción de la
Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano.
No creo que Nariño hubiera incursionado
en el periodismo (e iniciado su propio periódico en 1811) con el fin de
conseguir votos, fanaticadas o seguidores enceguecidos, sino todo lo contrario.
Hay algo que no se puede negar, y es que el periodismo y la política (en la
democracia) convergen en que cada quien ha de acceder a la información y, a
partir de ahí, expresarse con libertad.
Doscientos años más tarde, a mis colegas
cada vez les dan más ganas de aparecer en los tarjetones. Por alguna razón que
es todo menos inexplicable, se convencen de que la credibilidad que han ganado
con años en el oficio más bonito del mundo les alcanza para ser candidatos a la
alcaldía. Y es que en este país no votamos por el más capaz sino por el que nos
caiga mejor. Punto.
Salir en televisión, saber dar una
entrevista por radio sin, sin, sin trab trabarse co con las palabras, responder
a lo que se pregunta y sonreír para las fotos es lo que nos enseñan (parte de
lo que nos enseñan) en la universidad, y eso es suficiente para sacar unos
milloncitos de votos y empezar a gobernar.
Sí. Me pone triste. Me decepciona. Creí
que conocíamos a la democracia como a una amiga y no para tirárnosla. Como la
friendzone.