Están jugando caraysellazo a ver quiénes se vienen a vivir al frente de Andino. Le toca al que pierda.
Me
levanté y de una vez percibí hostilidad en el ambiente. En la radio todos
hablaban preocupados de lo mismo. Del mismo caos. Se aproximaba algo muy grave.
El fin de una era. Los pájaros no volaban. Me colgué mi pito, me puse mi casco
y mi chaleco de brigadista, por si acaso. Recordé el reciente simulacro
metropolitano de evacuación y empaqué latas de atún, una linterna y un
chocoramo. Había sol, pero el día estaba gris. Era viernes y yo estaba
preparada para enfrentar lo que sea que se viniera.
Nuevas
viviendas VIP (biaipí) en estrato seis. No entendía el sudor en las manos de
todos, las voces de los representantes de vecinos del Parque de la 93 quebrándose
al aire, respondiendo con nervios e inutilidad las preguntas de Julito. ¿Alguien
sabe por qué nos les gusta lo de las biaipí?, pregunté. Me respondieron: Son
Viviendas de Interés Prioritario, o sea, de interés social. Entonces me alegró
haberme equipado ese día con mi kit de brigadista y me abroché hasta el cuello
el velcro de mi chaleco reflectivo. Era grave.
Escuchar
a Julio Sánchez entrevistar a Mario Bertieri, representante de
vecinos del parque de la 93, fue volver a mi clase de Radio en la Universidad,
en la que aprendimos a identificar a quién es mejor colgarle que intentarlo
entrevistar. Tuve mucho miedo. Me aferré a mi pito, como quien se aferra a un
flotador cuando no sabe nadar y el papá lo tira al río. A nada le temo tanto
como a la gente que alega tener la razón aun cuando no tiene nada.
El pobre Bertieri no sabía qué decir. Todos sus prejuicios se le acabaron
respondiendo la primera pregunta y se quedó sin banco de respuestas. Lástima.
Entonces cambié de frecuencia y en Blu Radio sonaban declaraciones de
residentes de la zona, indignadísimos: "No es por ser elitista, pero…",
"Lo seguro es que no les va a alcanzar para el mercado en el Carulla de la
85", "¿Dónde van a estudiar los niños?", "Las personas de
estratos bajos suelen ser deshonestas". Tuve miedo. Empecé a pitar y a
pitar, como Rose en 'Titanic' después de dejar ahogar a Jack; saqué mi
linterna, hice sonar la alarma de mi edificio y quise evacuar. Evacuar de esta escases
de argumentos tan aterradora, Dios mío.
Las
horribles razones a las que apelaron los vecinos para argumentar que la
política de viviendas biaipí era inviable me entorpecieron la vista. Por ejemplo:
todos sabemos que si a alguien no le alcanza para algo en el Carulla de la 85,
se hace vaca. No hay un supermercado que sea testigo de tantas vacas en el país
como ése. Sí: la política es improvisada, drástica, sin sustento académico ni
experiencial. Sin embargo, todas las barrabasadas con las que la atacaron solo
consiguieron hacerla sonar menos inviable.
Estuve un fin de semana entero en una clínica de reposo, recuperándome de la ignorancia de todos ustedes. Después de unas goticas de Valeriana, pude aclarar mi mente y dejar de sudar. Fui capaz, muy lentamente, de quitarme mi chaleco y descolgarme el pito del cuello. Los días pasaron y gente con un poco más de lectura empezó a hablar. Darío Indalecio Restrepo, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, en la Facultad de Ciencias Económicas desde 1988, le dijo a Dinero que "Integración social es la distribución universal de oportunidades, y no un edificio de pobres en medio de los ricos”. Vi la luz.
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Mis amigos |
La
distribución universal de oportunidades sería entonces que todos los niños
puedan salir a jugar fútbol en la calle al frente de su casa; que si un vecino
hace una fiesta y llaman a la Policía, sea para invitarla, y que si alguien
quiere un tinto, no le cobren nada. Distribución
universal de oportunidades es que todos puedan extender los canzoncillos recién
lavados en la ventana, y que si van a hacer cable en Ciudad Bolívar, hagan
también en Rosales.
El
médico me recomendó no retomar las bobadas que dijeron en el radio la semana
pasada. Solo les recuerdo que, cuando me atracaron, estaba en un barrio de
estrato seis. Por eso prefiero pasármela en los de estrato cero, uno y dos, con
mis amigos, que no abandonarían el árbol en el que buscan mariquitas por irse a
vivir al frente de Starbucks. No tanto la valorización, la inseguridad, el
colegio, el mercado, los amigos de los hijos o los calzones extendidos. Me da
más miedo la cobardía de mis conciudadanos, frente a la posibilidad de darle la
paz en la misa a alguien con la piel más oscurita.
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