martes, 25 de octubre de 2016

Los de la traga maluca

Vi los videos del Pastor Arrázola. Concluí que más de una costeña fanática debe estar enamorada de él y sueña pecaminosamente con su pecho velludo cada noche, pero no lo confiesa. Es que es muy fácil enamorarse de semejante galán: oratoria perfecta, paciente graduado de diseño de sonrisa, banda de rock, juegos pirotécnicos y estadios llenos. Un partidazo, como todos sus colegas. 

Con cada palabra que dice, aumenta el ego de sus enamorados. Dios te ama, hoy estás muy bonito, Dios te espera, qué lindo billete el que tienes, Dios te perdona, gracias por venir, Dios te defiende y Dios envía sus avispas pa' que los piquen. Intercala así sus cortejos con expresiones altivas, llenas de odio hipócrita y solapado, pero es que es muy fácil amar a alguien que te adula y te dice que todo va a salir como te lo mereces, porque eres perfecto, así tu vida sea una vil mierda. 

La nueva inquisición, los que vinieron a salvarnos del castrochavismo homosexual, los que encarnan la maquinaria política goda del país no se pueden juzgar, porque son muy fáciles de conquistar. Sus votos valen palabras bonitas, canciones moviditas, costeños manga y pandebono con avena a la salida. Están en medio del idilio que todos hemos vivido. Una borrachera de amor en la que le dicen que sí a todo, menos a la paz. 

Enamorados del Pastor de Cartagena, de Bogotá, de Pereira, o de donde sea, no los juzgo, porque no juzgo ninguna forma de amor. Lo que es una pena son los responsables de su estado. Esos que se aprovecharon de su naturaleza enamoradiza; que los conquistaron con una iglesia imponente y unos dientes blancos, que relucen cada vez que su dueño termina de decirles por quién votar, a quién odiar, qué no comer y que es posible curarse de las cosas que no son una enfermedad. Tranquilos. Lo que sí sé es que Dios los ama así, con traga maluca y todo.



La traga maluca

miércoles, 19 de octubre de 2016

Sean hombres

El 13 de octubre en la mañana, un desgraciado se creyó lo suficientemente hombre para agarrarle el culo a una niña que amo. Aunque ni su papá, ni sus tíos, hermanos ni amigos estaban con ella, sé que fueron ellos los más adoloridos con el atrevimiento. Hay que tener muy poca hombría para preferir agredir a una mujer antes que conquistarla, porque no hay nada más atemorizante que la saques a bailar una canción y al segundo compás, te diga que no. Así somos: tenaces, difíciles, insoportables. Es normal que los hombres se acobarden, se achicopalen ante un par de piernas o de ojos despampanantes, pero los valientes son silenciosos y constantes. Esos que se atreven a cogerte la mano antes que el culo; a encaminarse con esperanza y sin recompensas inmediatas, por el camino del cortejo, siempre expuestos a la posibilidad de que un día amanezcas y los mandes a la mierda. Señor, no se envalentone, ni se le infle el pecho por alcanzar a cerrar el puño en unas nalguitas bien definidas y ajenas. Usted no es ágil, no es veloz, ni es un varón. Es todo lo contrario, y no una mujer, porque muchas tenemos más hombría que usted.

lunes, 17 de octubre de 2016

Sí, con tilde

Dile que sí, aunque te estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir toda la vida si le contestas que no.

Gabriel García Márquez



El miércoles cumplí 24 años. Toda una vida, para alguien de catorce. Con la vida por delante, para alguien de sesenta y cuatro. A mí me ha alcanzado para determinar la diferencia entre el sí con tilde y el si sin tilde. Y ha sido suficiente aprendizaje en mis dos décadas y pico de estar viva. 

Sí con tilde es lanzarse de cabeza a la piscina. Si sin tilde es tantear la temperatura desde las escaleras. Sí con tilde es no temer a quedar en ridículo por declarar el amor. Si sin tilde es no salir a votar por la paz. Sí con tilde es abanderarse de lo que sentimos, de lo que somos. Si sin tilde es esperar a que el tiempo nos diga si es cierto o no. 

En 24 años, he visto todo lo que el famoso tiempo ha querido que viera, he dado todos los besos que ha querido que me dieran, he escrito –quizás- un poco menos de la cuenta, pero lo que he vivido lo he hecho con tilde, siempre sincera. Y el tiempo enseña que hay cosas que no se curan, así, en 24 años, haya conocido gente hermosa que tiene una fe ciega en que los minutos, horas, días, años, décadas traen las respuestas. 

Hace ya 2 semanas, cuando todavía tenía 23, dije sí con tilde a la paz, aunque las tildes no hayan sido suficientes y nos hayamos quedado en un doloroso si bien. No solo a la paz le he dicho sí con tilde. Se lo dije a ser quien soy, a amar, a esperar, a decir la verdad, a emborracharme cuando me quiero emborrachar, a hablarle cuando le quiero hablar, así mis amigos me digan que cuide mi dignidad. 

Si todos viviéramos con el sí tildado, no habría por qué andar calculando. Calculando saludos, palabras, paces, guerras, movimientos, invitaciones, canciones, pasos, planes, venganzas, cárceles ni penas. Mucho menos esperar a que el bendito tiempo nos dé la razón o la culpa. Y si nos enamoramos, chévere. Y si no, también. Y si hacemos la paz, por supuesto. Y si no, ni pensarlo. 





jueves, 6 de octubre de 2016

Una chica difícil

Esa que te hace sufrir. Que te dice que no y luego que sí. En la que piensas todo el día, sin decirle nada. Lloras por todo, pero solo es por ella y no se lo admites a nadie. Está en todas las canciones, en todos los rincones, en todos los Volkswagen y tú, por miedo, no le dices nada. Esa chica difícil que te quita las esperanzas, porque aunque se haya ido no tienes otro plan que esperarla. Desde que te dijo que no, dejaste de sonreír. Perdiste todo interés en debatir. Te animan a no perder la fe, pero tú no hallas en qué creer. La tuviste tan cerca y ahora está tan lejos, y porque la extrañas sólo reafirmas cuánto la amas. Una chica difícil que se hace desear, porque las ganas de tenerla aumentan entre más se va. Así es la paz.



martes, 4 de octubre de 2016

La paz will rock you

No es la primera vez que vivo una tusa, pero sí es la peor. Entendí que estas penas sabían nadar y no podría ahogarlas con nada. No hallaba una razón para justificar los votos del No (todavía no lo hago), pero me dolía aún más la abstensión. Esas personas que por guayabo, frío o confiados se habían quedado en sus casas viendo Agrocampo, me dolían más que nada. Si hubieran salido a votar por lo lógico, no estaríamos en este doloroso caos. 

Luego me vine a enterar de que los principales opositores del acuerdo solo lo querían plagiar, como le pasó a Mark Zuckerberg (que cuando sus enemigos se dieron cuenta de que Facebook era un éxito, lo quisieron tumbar para copiar la idea y ser millonarios ellos). Más tarde leí que el cese bilateral solo iría hasta Halloween, que Gina renunció al Ministerio y que James no iba a jugar contra Paraguay.  La peor semana de mi vida y apenas era martes. 

Vino una conversación enamoradiza a las 10:02 de la noche del domingo, algunas llamadas inesperadas de amigos de toda la vida, regaños de profesores del colegio, un Milo tibio y un abrazo de mi jefe. Con esa mezcla me animé para escribir lo que escribo ahora y advertirles a los abtencionistas que we will rock you. Porque con los uribistas no se puede conversar, esa lucha la damos felizmente por perdida, pero con los perezosos, confundidos, friolentos, enguayabados y parsimoniosos, será un placer y los vamos a convencer. 

A mis amigos del Sí (o sea, todos los del Sí): recojamos los trozos de nuestros corazones rotos, mientras caminamos por las calles. Dejamos pasar la oportunidad de nuestras vidas y, porque parecía perfecta, parecía también la única. Si el huracán Mathew devolvió la nieve a los picos de la Sierra Nevada, algo bueno siempre llega con el sufrimiento y con perder un plebiscito (o una materia) por menos de 0,5. 



domingo, 2 de octubre de 2016

Amada Paz

Llegaste tarde, pero de repente. Desde que estuviste acá, los días fueron más soleados, las canciones siempre alegres y las noches más cálidas. Contigo, lo cotidiano era sonreír. Las fiestas eran más frecuentes, los saludos más sonrientes y parecía que todos se contagiaban de lo que me provocabas. Nos tratábamos mejor porque tú estabas acá. La afinidad fue tanta, que la única explicación fue chantarle al destino nuestro encuentro. Llegaste de repente, pero tarde, porque tenías que llegar. Todo lo que suele justificarse con casualidad se articuló perfectamente para hacernos bailar, enamorarnos, caminar de la mano, y no tuvimos más remedio que rendirnos ante la vida y admitir que we were ment to be. Pero por una letal mezcla de cobardía y orgullo, el día de nuestra fiesta más importante, te fuiste y me dejaste ahí, acá. Y acá me voy a quedar. Me niego a que todo lo que vivimos y sentimos sea temporal. Así que te voy a esperar. Te extrañaré de hoy en adelante. Recurriré a las memorias que tengo de ti para darme fuerzas. Creceré, maduraré y leeré para tener cosas qué contarte. Con tu partida es muy fácil perder la fe y el desconsuelo es insoportable, pero quiero creer que un día nos reencontraremos para  reírnos del de hoy, entendiendo por fin lo inentendible: que te hayas ido, porque no quisiera yo morirme sin tener algo contigo. 




miércoles, 28 de septiembre de 2016

Tranquilos, hijos, el 2 de octubre yo voté Sí

Antecediéndome a la necesidad de contar esta historia, en una tarde fría de octubre de 2036, alrededor de una chimenea, comiendo maíz pira, tomando cervecita, para bajar el asado que nos acabamos de comer, decidí escribir mientras tengo las memorias frescas y a la mano. 


Era 26 de septiembre de 2016, eran las 4 de la tarde y estaba haciendo sol en Bogotá. Tomé un bus que iba para el centro. Tenía puesto un abrigo negro de paño, que no me ponía en una posición muy favorable frente al clima. Sin lugar a dudas, me tocó parada en el bus. Era uno como los que ven por la calle, niños, porque si tuviéramos metro, esos buses ya no existirían. 


Me bajé del bus cerca al Bronx, un barrio en el que mataban y desaparecían gente, violaban y explotaban niños que se acostumbraron a consumir drogas, pero un alcalde heroico entró y acabó con todo en una operación militar. Fin. Mentira, por supuesto que ese no fue el final. Los responsables de esos crímenes solo se movieron unas cuadras y con ellos todos sus actos repugnantes. A los habitantes de la calle los mandaron para el Chocó o para el caño de la calle 13. Pero, de que se acabó con el Bronx, se acabó. 


Subí por la calle 15, desde la carrera 10. Me sedujeron innumerables libros, libritos, libreros y librerías, pero llegué ilesa a la carrera 7. Allí, me uní a una estampida de mamertos, gomelos, hippies, hípsters, estudiantes en uniforme, estudiantes en jean day, profesores cuchilla, profesores vagos, viejos, millenials, ñeros, floggers, góticos, flacos, gordos, crossfiteros, vegetarianos, veganos, indios, negros, maricas, mariconsitos, no tan maricas, ingenieros, secretarias y mensajeros. 





Como si se tratara del fin del mundo y sin importar quiénes éramos, ni en qué creíamos, todos caminamos en la misma dirección, en búsqueda de la salvación. Así no más y así de sencillo. Y sí era un asunto de vida o muerte, porque solo algo tan universal puede importarle tanto a tanta gente. 


Caminamos como borreguitos, doblando las mismas esquinas, haciendo las mismas filas, hasta llegar a la Plaza de Bolívar. A todo decíamos que sí. Que tome el afiche, que baje la sombrilla, que tómeme la foto, que abucheemos a Maduro, que cantemos el himno, que cantémoslo otra vez, que perdonemos a las FARC, que paz mi pez. 


El sol se puso y por última vez vio a Colombia en guerra. Con la ausencia de luz llegaron las botellas de aguardiente y los pianos de la selva. Faltaban 5 días para que, en las urnas, la misma muchedumbre heterogénea cantara al unísono un sí sin bemoles. 


sábado, 24 de septiembre de 2016

La familia iraquí que llegó a Buenaventura en un buque de melones

Malak tiene 22 años. Nació en Irak. Es la mediana de 3 hermanos. Una hermana mayor, de 24 años, y uno menor, de 20. Viven con sus papás. Ella tiene los ojos verdes, como el verde del mar cuando la arena es blanca en el fondo y está haciendo sol. Son dos circunferencias perfectas rodeadas por una delgada línea oscura, y en el centro, las pupilas que pueden someter al que sea y lo que sea, como a la serie de eventos desafortunados de esta historia.



El plan era llegar a Estados Unidos, Australia o Nueva Zelanda, pasando por Malasia hasta Turquía. En dos semanas, vendieron todo lo que tenían. Ropa, carros, muebles, electrodomésticos, el café, el salón de belleza, las pijamas, y los cinco Hadi llegaron a Malasia hechos millonarios.

Al cabo de un año, decidieron que ya estaba bueno de vivir como ricos y retomaron el rumbo hacia Turquía. Allá se vende transporte ilegal de personas como acá se vende Vive 100. Siempre se te acerca alguien ofreciéndote sacarte de allá y llevarte a donde sea, porque conoce a un amigo que tiene un primo que tiene una novia que tiene un vecino que trabaja con barcos. Fue así como el papá de Malak accedió a pagar 75 mil dólares a cambio de que los llevaran a Estados Unidos.

Melak y su papá.


Tres días después, en el muelle había un buque negro, inmenso, que transportaba fruta, olía a fruta podrida, tenía restos de fruta por todas partes y era el transporte de la familia Hadi. El artífice del viaje les quitó los celulares, los pasaportes y todo lo demás, y los metió en un cuarto oscuro, que olía a fruta podrida, con un baño repugnante y 5 alfombras para dormir. Nada más.

Por no saber cuándo se ponía el sol, los Hadi no saben exactamente cuánto tiempo estuvieron en ese cuarto. Calculan, más o menos, que fueron casi 2 meses. Escuchaban a los marineros-fruteros hablar en turco y trabajar afuera de su cuarto, y ese era el único contacto con el exterior. Solo comían atún. Atún en lata día y noche, sin saber cuándo era el desayuno y cuándo era la cena.

Un día de octubre del 2015, la puerta del cuarto oscuro se abrió y en turco les dijeron a los Hadi que se bajaran, que el viaje había terminado, por fin. En el barco los recogió una lancha, que los dejó en el muelle, donde los recogió un taxi, que los llevó a una parada de bus, que cuando pasó, lo tomaron durante 4 horas, hasta llegar a un hotel. Solo pensaban en dormir en camas, reencontrarse con el sol y comer algo que no fuera atún.

Melak y sus hermanos. 

Durmieron como marmotas. Al otro día, esperaron a que el responsable de su viaje les diera indicaciones, les devolviera los pasaportes, los celulares, les dijera adiós, pero no. El don se voló. Los Hadi entraron al cuarto del ladrón y no había nada sino los 2 peores celulares de la familia. Uno era el de Malak.

Bajaron a la recepción, preguntando por el zángano y la señorita les exigió a los orientales que pagaran la cuenta o se largaran. Con unas borrosas nociones de inglés, los Hadi preguntaban si estaban en América y la señorita, muy sincera, les dijo que sí. La siguiente pregunta fue:  “¿Miami?” Y la respuesta fue: “Cali”.

Llanto. Desconsuelo. Solo tenían lo que llevaban puesto y el uno al otro. El único que había escuchado de Colombia era el papá, gracias al narcotráfico y la guerra. Se dieron por muertos. “Stay strong, we’re gonna die tonight, but stay strong”, recuerda Malak lo que decía su papá ese día. Con otras borrosas nociones de efectividad, la recepcionista llamó a la Policía que llamó a Inmigración para que fueran al hotel. Llegaron unos funcionarios en una pick up y montaron a los Hadi en el platón.

Después de atravesar la sucursal del cielo en el vagón de una pick up, los cinco iraquíes llegaron a su celda, en la que había 4 catres. Hubo pelea para ver quién dormía apretado o en el piso. Ahí duraron 4 días, hasta que a alguien se le ocurrió llamar a un libanés que vive en Cali para que tradujera. 

El traductor insistía con sus preguntas si los Hadi eran parte de una milicia o tenían planes de acabar con Colombia, porque la ignorancia sobre el Islam no conoce fronteras, igual que las aspiraciones humanas cuando se trata de encontrar la felicidad. Ellos insistían de vuelta que solo querían irse de acá. Les ofrecieron asilo y pasaportes, o la legalidad durante 5 días para gestionar su salida de este trópico mortal. Se negaron a recibir pasaportes y se fueron con los 5 días contados.

Melak y su mamá.

Alguien les dijo que se fueran para Medellín, así que fueron. Sin un peso, sin haberse cambiado de ropa, con el almuerzo de la celda en el estómago y nada más. El aire acondicionado del bus estaba a reventar y Malak se congelaba. Por eso no pudo dormir. "Solo quería que el bus siguiera andando. Si paraba el bus, me tendría que bajar y no teníamos a dónde ir. Si me daba hambre, no podía parar a comprar comida porque el bus se movía y no porque no tuviera con qué comprarla", cuenta en su inglés auto aprendido, las lágrimas secas en las mejillas y los ojos siempre brillantes e incisivos. 

En la parada que hizo el bus para que los pasajeros con plata almorzaran, apareció un hombre con genética árabe que se le veía en la barba. Venía en otro bus que también hizo la parada en ese restaurante, a esa hora, ese día. Malak lo vio y decidió saludarlo. Assalamu alaikum. Y el personaje respondió “Alaikum assalam”. De repente no sintieron hambre, frío ni sueño. Este hombre, cuya identidad es un misterio, le dio un contacto a los Hadi, de una mezquita en Bogotá, en la que los iban a ayudar.

Una vez en Medellín, tomaron otro bus para Bogotá. Cargaban con ellos el contacto de un funcionario de Inmigración, que explicaba lo que estaba pasando a las personas de las taquillas y así conseguían subirse al Bolivariano. El viaje Cali, Medellín, Bogotá lo hicieron completamente en ayunas. Llegaron a la capital y un taxista los llevó gratis a la dirección de la mezquita que les había dado el árabe del bus. Los recibieron como se recibe a un hijo y les dieron té. "Quise congelar el té para tener algo qué masticar", recuerda Malak entre carcajadas. 


Han pasado 11 meses desde que los Hadi llegaron al puerto de Buenaventura. Hoy tienen pasaporte colombiano y les sorprende que tengamos tantos tipos de panes. Pan de coco, pan de leche, pandebono, pandeyuca. Viven en un cuarto de una mezquita en el barrio Nicolás de Federmán desde que llegaron a Bogotá. 

El cuarto de los Hadi, en el segundo piso de la mezquita.

La hermana mayor estudió Comunicación Social y hoy trabaja en un restaurante. Malak no quiere estudiar, pero ha trabajado como extra para Narcos. Le gusta Ginza, de J Balvin, aunque no sepa qué dice la letra. Sus ojos siguen siendo su arma más letal, aunque compiten con su encanto y humor. El plan de la familia es montar un restaurante iraquí, atendido por su dueño, porque los Hadi ya no se quieren ir. Así como la mirada de Malak es imbatible en cualquier lugar del mundo, cada rincón del planeta puede sentirse un hogar si cuando pides ayuda te la dan.


Los Hadi nunca volvieron a comer atún.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Colombia debe aprender a perdonar como yo aprendí a clavarme a la piscina

Clavarme en la piscina ha sido de las cosas que más esfuerzo me han costado en la vida. Decenas de vacaciones pasé parada al borde del agua, siguiendo toda clase de teorías y consejos que mi abuelo, mi mamá, mis tías, mi papá y hasta mi hermana menor me daban. Los brazos por arriba del cuello, dobla las rodillas, no tanto, junta los pies, sácalos un poco, une las manos, impúlsate hacia adelante, ¡que no separes los pies!, ¡salta, salta!, no, ven, otra vez. 


Mi hermana y yo de vacaciones. Ella ya sabía clavarse. Yo, no. 

Aunque ni yo lo crea, hoy sé clavarme a la piscina y me enorgullece. Sin duda, me dio miedo. Miedo de romperme la cabeza, un diente, miedo de ahogarme, pero, sobre todo, miedo de no poder. Y es que nadie sabe de lo que es capaz hasta que lo consigue, por obligación, coincidencia o dignidad (como me pasó a mí, porque hasta mi hermana menor sabía clavarse a la piscina y yo no. Pero no, no me iba a dejar y no me dejé). 

Kubo and the two strings es otra de esas cosas que los seres humanos alcanzamos sin saber que podíamos, como clavarme a la piscina. Es una obra de arte majestuosa, completa y articulada. Stopmotion en su máxima expresión, diálogos y oraciones llenas de sentido, póngalas donde las ponga; la tecnología al servicio del arte y no al revés, y una bellísima versión de una de las más grandes canciones escritas por mi Beatle preferido. No le falta nada. 

Pero lo más bonito de Kubo es que puso en evidencia ante mí, y ante todos los papás que llevaron a sus hijos a cine, creyendo que era una película para niños, la verdadera gracia de la práctica que siempre ha atemorizado los seres humanos: perdonar. 

Colombia debe aprender a perdonar como yo aprendí a clavarme a la piscina. Vacaciones tras vacaciones, intento tras intento, con las mejores intenciones, sin rencores, con cicatrices pero sin miedos. Con los ojos rojos de tanto intentarlo, pero de cabeza. Yo te entiendo, Colombia, tienes miedo de no poder, pero si yo pude, tú también vas a poder. 

jueves, 11 de agosto de 2016

Cosas imposibles

Mi abuela nació zurda y en el colegio, por allá en los años 40, con un intensivo tratamiento de reglazos, una persistente profesora quiso enseñarle a escribir y pintar con la mano derecha. Casi que no puede.  Porque es difícil enseñar a usar la izquierda cuando naces diestro y viceversa. Tan difícil como enseñar a jugar fútbol cuando naces ñoño, o a bailar cuando naces rolo. Es más fácil enseñar a odiar a los otros. Como cualquier proceso pedagógico, requiere paciencia del maestro, pero  pocas cosas son tan fáciles como sembrar y cultivar prejuicios en mentes inocentes y crédulas, que crecen, abren una cuenta de Twitter, cumplen 18 años y votan. Porque para odiar no hay que leer, escuchar ni entender. Amar requiere más esfuerzo y solo los que son capaces van al cielo (con Cerati). Hoy adoctrinan a sus niños en el odio y no en el respeto por el otro, porque enseñar a odiar es sencillo y enseñar a ser gay es imposible. 




lunes, 6 de junio de 2016

En defensa de Baum: porque no es el único que se parece al Bronx

Aquí no estamos para regañar, echar al agua o juzgar por sus prácticas rumbísticas a nadie. Baum se parece al Bronx, aunque más de uno se ofenda en gran medida por aquello.

Baum es un club nocturno de Bogotá. Queda en la calle 33 con carrera sexta, a 24 calles del Bronx. Baum abre viernes y sábados, y en ocasiones los jueves, desde las 11 de la noche hasta las 9 de la mañana. Una semana movidita, ofrece 30 horas de atención al público. En promedio, caben 350 personas, pero unas van de previa, otras con toda, otras hasta las quince y otras hasta que empiecen a barrer. Son más de 350, como pueden ver.

Como en cada discoteca arribista, toca atravesar un prejuicioso filtro, en el que los bouncer analizan que no se esté cometiendo un crimen de la moda. Es que esos son los crímenes que importan, porque con un poco de disimulo y expertise, se puede conseguir un gramo de buen perico entre 30 y 40 mil pesos.  


Se puede hacer vaca con los amigos para el guaro o para trips, pepas, pepitas y pepotas, si es que acaso las que pidió a domicilio se le olvidaron en la otra chaqueta. Claro está: todo el ambiente perfumado por el aroma de la recién legalizada, marihuana medicinal. Siempre medicinal. 


Adentro no violan niños, no pican gente, no la lanzan a los perros ni hay canecas llenas de ácido para desaparecer cuerpos. De pronto hay uno que otro extranjero siendo marraneado, pero bajo su voluntad. Por eso vamos a ignorar este argumento tan cojo de quienes defienden a Baum del Bronx. 


Calculémos que, en una mala noche, 500 personas se enrumben en Baum. Como no había mucho ambiente, solo 20 se animaron a comprarse su gramito de perico. Veinte por 30 mil, 600 mil pesos para un dealer elegante y de malas. La misma plata que se hace un jíbaro bien chirri en su agosto, cuando logra vender 1200 cigarrillos de basuco. Ahora, solo por diversión, hagan el cálculo estimado para el Baum Fest, en el que se enfiestan 
más de 7000 personas. 


Baum y todos se parecen al Bronx, porque son focos de negocio para el narcomenudeo (es una palabra real porque la investigué). Póngase en la Toyota Prado de un narco y reflexione: un cigarrillo de basuco ya armado vale 500 pesitos y un gramo de perico del bueno vale 30 mil. Un buen trip puede valer 25 mil pesos, uno anfetoso vale 10 mil. Hay quienes compran de a un gramo de hierba y otros se van por el kilo¿Qué negocio prefieren? Los dos, porque ambos dan platica y mucha. 


No solo Baum se parece al Bronx. Rumbeaderos, chuzos, rockolas, karaokes, kinkies y esquinas también, porque allá se compran y venden drogas ilícitas. Drogas que, les guste o no admitirlo, financian Toyotas Prado además de la violencia y la corrupción del país más feliz del mundo. 


Conserva la calma. El "doctor" Peñalosa no hará operativos en Baum, ni Armando, ni Theatron, y mucho menos en Andrés. No conserves la vergüenza. Sentirse menos responsable por tu país, porque tu droga te cueste 30 mil y no 500 pesos no te hace menos criminal, pero sí más bobito.