Malak tiene 22
años. Nació en Irak. Es la mediana de 3 hermanos. Una hermana mayor, de 24
años, y uno menor, de 20. Viven con sus papás. Ella tiene los ojos verdes, como
el verde del mar cuando la arena es blanca en el fondo y está haciendo sol. Son
dos circunferencias perfectas rodeadas por una delgada línea oscura, y en el
centro, las pupilas que pueden someter al que sea y lo que sea, como a la serie
de eventos desafortunados de esta historia.
El plan era
llegar a Estados Unidos, Australia o Nueva Zelanda, pasando por Malasia hasta
Turquía. En dos semanas, vendieron todo lo que tenían. Ropa, carros, muebles,
electrodomésticos, el café, el salón de belleza, las pijamas, y los cinco Hadi llegaron
a Malasia hechos millonarios.
Al cabo de un
año, decidieron que ya estaba bueno de vivir como ricos y retomaron el rumbo
hacia Turquía. Allá se vende transporte ilegal de personas como acá se vende
Vive 100. Siempre se te acerca alguien ofreciéndote sacarte de allá y llevarte
a donde sea, porque conoce a un amigo que tiene un primo que tiene una novia
que tiene un vecino que trabaja con barcos. Fue así como el papá de Malak
accedió a pagar 75 mil dólares a cambio de que los llevaran a Estados Unidos.
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Melak y su papá. |
Tres días
después, en el muelle había un buque negro, inmenso, que transportaba fruta,
olía a fruta podrida, tenía restos de fruta por todas partes y era el
transporte de la familia Hadi. El artífice del viaje les quitó los
celulares, los pasaportes y todo lo demás, y los metió en un
cuarto oscuro, que olía a fruta podrida, con un baño repugnante y 5 alfombras
para dormir. Nada más.
Por no saber
cuándo se ponía el sol, los Hadi no saben exactamente
cuánto tiempo estuvieron en ese cuarto. Calculan, más o menos, que fueron casi
2 meses. Escuchaban a los marineros-fruteros hablar en turco y trabajar afuera
de su cuarto, y ese era el único contacto con el exterior. Solo comían atún.
Atún en lata día y noche, sin saber cuándo era el desayuno y cuándo era la
cena.
Un día de octubre
del 2015, la puerta del cuarto oscuro se abrió y en turco les dijeron a los
Hadi que se bajaran, que el viaje había terminado, por fin. En el barco los
recogió una lancha, que los dejó en el muelle, donde los recogió un taxi, que
los llevó a una parada de bus, que cuando pasó, lo tomaron durante 4 horas, hasta llegar a un
hotel. Solo pensaban en dormir en camas, reencontrarse con el sol y comer algo que no fuera atún.
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Melak y sus hermanos. |
Durmieron como
marmotas. Al otro día, esperaron a que el responsable de su viaje les diera
indicaciones, les devolviera los pasaportes, los celulares, les dijera adiós,
pero no. El don se voló. Los Hadi entraron al cuarto del ladrón y no había nada
sino los 2 peores celulares de la familia. Uno era el de Malak.
Bajaron a la
recepción, preguntando por el zángano y la señorita les exigió a los orientales que pagaran la cuenta o se
largaran. Con unas borrosas nociones de inglés, los Hadi preguntaban si estaban
en América y la señorita, muy sincera, les dijo que sí. La siguiente pregunta
fue: “¿Miami?” Y la respuesta fue: “Cali”.
Llanto.
Desconsuelo. Solo tenían lo que llevaban puesto y el uno al otro. El único que había escuchado de Colombia era el papá, gracias al
narcotráfico y la guerra. Se dieron por muertos. “Stay strong, we’re gonna die
tonight, but stay strong”, recuerda Malak lo que decía su papá ese día. Con
otras borrosas nociones de efectividad, la recepcionista llamó a la Policía que
llamó a Inmigración para que fueran al hotel. Llegaron unos funcionarios en una
pick up y montaron a los Hadi en el platón.
Después de atravesar la sucursal del cielo en el vagón de una pick up, los cinco iraquíes llegaron a su celda, en la que había 4 catres. Hubo pelea
para ver quién dormía apretado o en el piso. Ahí
duraron 4 días, hasta que a alguien se le ocurrió llamar a un libanés que vive
en Cali para que tradujera.
El traductor insistía con sus preguntas si los Hadi
eran parte de una milicia o tenían planes de acabar con Colombia, porque la ignorancia sobre el Islam no conoce fronteras, igual que las aspiraciones humanas cuando se trata de encontrar la felicidad. Ellos
insistían de vuelta que solo querían irse de acá. Les ofrecieron asilo y
pasaportes, o la legalidad durante 5 días para gestionar su salida de este
trópico mortal. Se negaron a recibir pasaportes y se fueron con los 5 días
contados.
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Melak y su mamá. |
Alguien les dijo
que se fueran para Medellín, así que fueron. Sin un peso, sin haberse cambiado
de ropa, con el almuerzo de la celda en el estómago y nada más. El aire acondicionado del bus
estaba a reventar y Malak se congelaba. Por eso no pudo dormir. "Solo
quería que el bus siguiera andando. Si paraba el bus, me tendría que bajar
y no teníamos a dónde ir. Si me daba hambre, no podía parar a comprar comida
porque el bus se movía y no porque no tuviera con qué comprarla", cuenta en su inglés auto aprendido, las lágrimas secas en las mejillas y los ojos siempre brillantes e incisivos.
En la parada que
hizo el bus para que los pasajeros con plata almorzaran, apareció un hombre con
genética árabe que se le veía en la barba. Venía en otro bus que también hizo
la parada en ese restaurante, a esa hora, ese día. Malak lo vio y decidió
saludarlo. Assalamu alaikum. Y el personaje respondió “Alaikum assalam”. De
repente no sintieron hambre, frío ni sueño. Este hombre, cuya identidad es un
misterio, le dio un contacto a los Hadi, de una mezquita en Bogotá, en la que
los iban a ayudar.
Una vez en
Medellín, tomaron otro bus para Bogotá. Cargaban con ellos el contacto de un
funcionario de Inmigración, que explicaba lo que estaba pasando a las personas
de las taquillas y así conseguían subirse al Bolivariano. El viaje Cali,
Medellín, Bogotá lo hicieron completamente en ayunas. Llegaron a la capital y
un taxista los llevó gratis a la dirección de la mezquita que les había dado el
árabe del bus. Los recibieron como se recibe a un hijo y les dieron té. "Quise congelar el té para tener algo qué masticar", recuerda Malak entre carcajadas.
Han pasado 11
meses desde que los Hadi llegaron al puerto de Buenaventura. Hoy tienen
pasaporte colombiano y les sorprende que tengamos tantos tipos de panes. Pan de
coco, pan de leche, pandebono, pandeyuca. Viven en un cuarto de una mezquita en el barrio Nicolás de Federmán desde que llegaron a Bogotá.
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El cuarto de los Hadi, en el segundo piso de la mezquita. |
La hermana mayor estudió Comunicación
Social y hoy trabaja en un restaurante. Malak no quiere estudiar,
pero ha trabajado como extra para Narcos. Le gusta Ginza, de J Balvin, aunque
no sepa qué dice la letra. Sus ojos siguen siendo su arma más letal, aunque
compiten con su encanto y humor. El plan de la familia es montar un restaurante iraquí,
atendido por su dueño, porque los Hadi ya no se quieren ir. Así como la
mirada de Malak es imbatible en cualquier lugar del mundo, cada rincón del
planeta puede sentirse un hogar si cuando pides ayuda te la dan.
Los Hadi nunca
volvieron a comer atún.