martes, 19 de febrero de 2013

Breve


No sé cómo se movía la gente antes de que esos horribles, tibios, sucios, densos y olorosos buses rojos se tomaran la ciudad. No llegaron solos, pues sus imprácticas, incómodas y ruidosas estaciones les fueron imprescindibles. Admito que moverse por el monstruo que es Bogotá es mucho más fácil en un articulado, pero nadie ha dicho que sea más cómodo. Un acogedor bus de servicio ejecutivo, esos que van por toda la carrera 30, que siempre van vacíos, donde las sillas tienen cojines y el radio suena sin pena, no se podrá comparar nunca con los de las sillas rojas y duras, la inverosímil voz de la grabadora y el inmundo pitido de las puertas cerrándose, dejando a tu amor afuera. Bip bip biiip.