miércoles, 12 de mayo de 2021

Esa indiferencia tuya es la que me domina

Casi todas las noches, se escuchan helicópteros. Sacas al perro a las 7 de la mañana y a las 7 de la noche. A ambas horas, te abre la puerta el mismo celador, porque su relevo no pudo llegar por los bloqueos en Transmilenio. En mi barrio, no suenan las cacerolas a las 8. De vez en cuando, un vecino que todavía no conozco abre la ventana y grita: ¡URIBE PARACO HIJUEPUTA! Luego se calla y vuelve a cerrar la ventana sin que yo le alcance a contestar que pienso igual. En el parque de perros, una vecina pregunta si será seguro ir de compras a un centro comercial que queda lejos. En una reunión a la que cada asistente se conectó desde su casa, un descarado se queja de los trancones. Y así vive el Paro la gente que se queja del Paro. 


En un país así de desigual, sentir empatía es un don. Lo tienes o no lo tienes, pero cultivarlo parece más una rehabilitación. “¡Sal de tu privilegio en tan solo 3 meses! Deja de ser el amigo facho del grupo y de creer todo lo que ves en Caracol”. Y es que lo peor de Colombia no es que sea tan violentamente desigual, sino que haya ciudadanos que crean que eso es normal. Sensibilizarse y sumarse a las exigencias de los pobres, de los negros, de los indígenas, de los excombatientes, de los trabajadores del puerto de Buenaventura es inconcebible, para una persona que tiene la nevera llena y que nunca ha visto un panfleto de las Águilas Negras. 


Por eso, estigmatizar la protesta es tan fácil: porque son los otros los que marchan. En la narrativa del gobierno, el guion siempre es el mismo: hay infiltrados de alguna guerrilla, células urbanas que representan una amenaza terrorista financiada por el castrochavismo, ELN o el enemigo de turno. Sin negar la posibilidad de que sea cierto, reducir la movilización civil, la ira y el descontento de las personas, a una amenaza terrorista, no solo es obtuso sino injusto.


Esto ha sido así siempre. Con esa construcción narrativa, durante mucho tiempo -cuando no existía Instagram- tuvo sentido que el ESMAD saliera a preservar la paz y el orden de las ciudades. Y es que es un escuadrón superior, que va a misa en armadura y al que se le bendicen las armas con agua bendita. ¿Qué pueden hacer si no defender a su patria, semejantes enviados del cielo? Nada, solo eso. Defendernos de los otros. Por eso la defienden de los jóvenes, de los artistas, de los vándalos, de los habitantes de calle y de transexuales. 


El ESMAD en misa, como los Templarios.


Este país está lleno de otredades y por eso, lo que tiene a Colombia como la tiene es la indiferencia y la diferencia. La indiferencia porque solo nos importa lo que nos afecta directamente. La diferencia que nos convence de que somos pueblos y gentes separadas. La indiferencia de un gobierno que gobierna encerrado, que se reúne con la cúpula militar en la madrugada en lugar de untarse de barro a medio día en la plaza principal y dar la cara. La diferencia de un Presidente que ante la comunidad internacional defiende la Paz, pero ante su pueblo solo quiere acabar con el Acuerdo. La indiferencia de unos medios de comunicación al servicio del poder y los privilegiados, y la diferencia de un pueblo que prefiere una muerte por Covid que morirse callado.