jueves, 20 de noviembre de 2014

El Estéreo Picnic son los papás (No apto para menores de 11 años)



Más o menos a los once años, a la vuelta de las vacaciones de Navidad, retomar los estudios de quinto de primaria no fue cualquier pendejada. Regresé al salón de clases y escuché los cuchicheos de mis amigas. Unas se miraban entre sí; otras ignoraban las miradas de quienes se las buscaban. Estaba hecho. Algunas habían descubierto el secreto y no se lo iban a guardar para sí: el niño Dios eran los papás.

Empezaba oficialmente la pubertad y la crisis de fe, que termina quién sabe cuándo, yo no sé. ¿Será que sí es verdad? ¿Qué el ratón Pérez también son los papás? ¿Y entonces la multiplicación de los panes, la ballena de Jonás, la apertura de los mares y el pelo de Sansón, qué? A mí no me vengan a joder. Qué difícil se vuelve creer y, entonces, comienzan las clases de educación sexual.

El Estéreo Picnic es como el niño Dios. Cada año hice mi carta, pidiendo lo que quería. A veces me lo trajo, a veces no, a veces me sorprendía con algo mejor. La noche de la revelación del line up era como la Navidad; todos reunidos, aplaudiendo a la apertura de cada regalo. "Que lo abra, que lo abra, que lo abra", entonábamos. Con mi fe enceguecida respondía al llamado: "¡Creyente!", y yo me volteaba. Esos días se acabaron.

La carta para el año próximo, evidencia de mi fe.


Yo quiero creer. En serio. Pero qué horrible es enterarse de que el niño Dios son los papás y qué espantoso es leer que el Picnic le va a cumplir el sueño a las bandas de los hermanos de las amigas de alguien; bandas que tranquilamente se podrían ver en Rock al Parque, en Festival Centro, en algún evento de IDARTES o en cualquier parque.

Yo quiero ver bandas que no sepa pronunciar; que lleguen en avión y se tomen selfies en Andrés Carne de Res, con sus cabelleras rubias y sus teces albinas. Y  Quique Neira es un futbolista costarricense, Grupo de expertos Solynieve es una cadena de jardines infantiles y Crew Peligrosos, pues, yo prefiero no meterme con ellos, todobien.

Está bueno poner en el spotlight a las bandas emergentes, pero, ¿Qué problema hay en traer las que emergen en Johannesburgo, Oslo y Bucarest? Nos gusta lo que viene de lejos. Como esa prima que se enamora de un sueco y lo invitan a la casa a comer sancocho trifásico.  Genera más intriga, curiosidad, darles guaro, pedirles que se casen con la prima, comparar las tallas de zapato. 

Yo tomé esta foto.


Gracias Picnic por Rudimental, por Alt-J, por Two Door Cinema Club, por Portugal The Man, por Empire of the Sun, por Puerto Candelaria, por Aterciopelados y por el Chocoramo. Como cuando el niño Dios me trajo el CD de Rikarena, me llevas a la plenitud. Pero te faltó cuidado, igual que a mi mamá cuando no escondió bien mis dientes de leche: dejé de ser creyente y te sobra una tarima, sinceramente.


lunes, 10 de noviembre de 2014

Very Important Person



Están jugando caraysellazo a ver quiénes se vienen a vivir al frente de Andino. Le toca al que pierda.



Me levanté y de una vez percibí hostilidad en el ambiente. En la radio todos hablaban preocupados de lo mismo. Del mismo caos. Se aproximaba algo muy grave. El fin de una era. Los pájaros no volaban. Me colgué mi pito, me puse mi casco y mi chaleco de brigadista, por si acaso. Recordé el reciente simulacro metropolitano de evacuación y empaqué latas de atún, una linterna y un chocoramo. Había sol, pero el día estaba gris. Era viernes y yo estaba preparada para enfrentar lo que sea que se viniera.

Nuevas viviendas VIP (biaipí) en estrato seis. No entendía el sudor en las manos de todos, las voces de los representantes de vecinos del Parque de la 93 quebrándose al aire, respondiendo con nervios e inutilidad las preguntas de Julito. ¿Alguien sabe por qué nos les gusta lo de las biaipí?, pregunté. Me respondieron: Son Viviendas de Interés Prioritario, o sea, de interés social. Entonces me alegró haberme equipado ese día con mi kit de brigadista y me abroché hasta el cuello el velcro de mi chaleco reflectivo. Era grave.  

Escuchar a Julio Sánchez entrevistar a Mario Bertieri, representante de vecinos del parque de la 93, fue volver a mi clase de Radio en la Universidad, en la que aprendimos a identificar a quién es mejor colgarle que intentarlo entrevistar. Tuve mucho miedo. Me aferré a mi pito, como quien se aferra a un flotador cuando no sabe nadar y el papá lo tira al río. A nada le temo tanto como a la gente que alega tener la razón aun cuando no tiene nada.

El pobre Bertieri no sabía qué decir. Todos sus prejuicios se le acabaron respondiendo la primera pregunta y se quedó sin banco de respuestas. Lástima. Entonces cambié de frecuencia y en Blu Radio sonaban declaraciones de residentes de la zona, indignadísimos: "No es por ser elitista, pero…", "Lo seguro es que no les va a alcanzar para el mercado en el Carulla de la 85", "¿Dónde van a estudiar los niños?", "Las personas de estratos bajos suelen ser deshonestas". Tuve miedo. Empecé a pitar y a pitar, como Rose en 'Titanic' después de dejar ahogar a Jack; saqué mi linterna, hice sonar la alarma de mi edificio y quise evacuar. Evacuar de esta escases de argumentos tan aterradora, Dios mío.

Las horribles razones a las que apelaron los vecinos para argumentar que la política de viviendas biaipí era inviable me entorpecieron la vista. Por ejemplo: todos sabemos que si a alguien no le alcanza para algo en el Carulla de la 85, se hace vaca. No hay un supermercado que sea testigo de tantas vacas en el país como ése. Sí: la política es improvisada, drástica, sin sustento académico ni experiencial. Sin embargo, todas las barrabasadas con las que la atacaron solo consiguieron hacerla sonar menos inviable.

Estuve un fin de semana entero en una clínica de reposo, recuperándome de la ignorancia de todos ustedes. Después de unas goticas de Valeriana, pude aclarar mi mente y dejar de sudar. Fui capaz, muy lentamente, de quitarme mi chaleco y descolgarme el pito del cuello. Los días pasaron y gente con un poco más de lectura empezó a hablar. Darío Indalecio Restrepo, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, en la Facultad de Ciencias Económicas desde 1988, le dijo a Dinero que  "Integración social es la distribución universal de oportunidades, y no un edificio de pobres en medio de los ricos”. Vi la luz. 


Mis amigos
La distribución universal de oportunidades sería entonces que todos los niños puedan salir a jugar fútbol en la calle al frente de su casa; que si un vecino hace una fiesta y llaman a la Policía, sea para invitarla, y que si alguien quiere un tinto, no le cobren nada.  Distribución universal de oportunidades es que todos puedan extender los canzoncillos recién lavados en la ventana, y que si van a hacer cable en Ciudad Bolívar, hagan también en Rosales.

El médico me recomendó no retomar las bobadas que dijeron en el radio la semana pasada. Solo les recuerdo que, cuando me atracaron, estaba en un barrio de estrato seis. Por eso prefiero pasármela en los de estrato cero, uno y dos, con mis amigos, que no abandonarían el árbol en el que buscan mariquitas por irse a vivir al frente de Starbucks. No tanto la valorización, la inseguridad, el colegio, el mercado, los amigos de los hijos o los calzones extendidos. Me da más miedo la cobardía de mis conciudadanos, frente a la posibilidad de darle la paz en la misa a alguien con la piel más oscurita.