lunes, 9 de diciembre de 2013

Muy inepto y todo

El escenario político en el que me muevo son mis almuerzos familiares. Allí me sudan las manos cuando hablan bien de Uribe, algo que suele pasar muy a menudo. Me da miedo deshidratarme cuando empiezan a enumerar todas las razones por las que hay que serle agradecidos a semejante Harvey Dent. "Es que no se podía ir a La Vega; es que nadie invertía; es que estábamos plagados". En fin. En los almuerzos también hablan -sin darse cuenta- del Espiral del Silencio, una teoría de comunicación política que aprendí en tercer semestre de universidad y que me hizo la vida más miserable.

Elisabeth Noelle-Neumann, quien propuso la teoría del Espiral del Silencio.


Entendí que la gente vota "por no perder el voto", para estar seguros de que al próximo almuerzo familiar van a llegar con el pecho inflado porque "voté por el que ganó" o, más bien, "mi voto lo hizo ganar". Entonces mi familia, la gente, este país vota por el candidato que perciba más fuerte, ignorando el pasado del candidato (ver el archivo de las Convivir), y escogiéndolo por ser el delfín del mejor presidente que ha tenido este país (ver la traición de Santos a la Seguridad Democrática). 

La primera vez que voté fue en las elecciones para la Alcaldía de Bogotá de 2011. Como nunca lo había hecho, lo hice con inocencia, con esa particular enfermedad que se siente en Colombia cada vez que uno hace las cosas bien. Voté por el candidato que me gustaba, sin importar si ganaba, o si significaba algo para la carrera política de terceros. Voté por Gina Parody y eso significó que se burlaran de mí en todos los almuerzos familiares que estaban por venir. 

"Es que por gente como tú no ganó Peñalosa" eran las dádivas de mis tíos. Alegaban que no podía haber votos repartidos, que había que votar en bloque, en contra de Petro. ¿Y por qué iba yo a votar por Peñalosa? Ese man traicionó al Partido Verde ese mismo año, aliándose con lo que era la antítesis de su militancia, perdiendo toda la reputación que le quedaba, por lo menos conmigo. No se vota en contra de alguien sino a favor. Es pura redacción.


Entonces no voté por Enrique porque estaba brava con él. Voté por Gina y seguimos siendo amigas. No vote por Petro porque no me convenció y soy feliz de haber tenido la libertad, el derecho y el deber de haber votado por quien yo quise. Y todos los bogotanos lo hicieron igual, independientemente de sus razones. Porque esta ciudad puede no tener muchas cosas, calles pavimentadas, policías honorables o una zona decente para rumbear, pero tenía -hasta hace unas horas- una democracia legítima. 

Entonces, llegó el Abusador General de la Nación quien, una vez más, hizo lo que quiso. Lo que pasó después todos ya lo saben. Petro puede ser muy inepto y todo, pero la gente votó por él. No mató a nadie siendo alcalde, no se embolcilló un cochino peso y los Nule no lo conocieron. Su único pecado fue haber sido parte del M19. Eso, haberle puesto bandera gay a los Transmilenio y ser un poquito negrito. Bastó para no caerle en gracia, en gracia divina al señor Alejandro Ordóñez, que no solo lo destituyó sino que lo inhabilitó por 15 años, para que Petro pueda volver a hacer política cuando él ya esté en el cielo (?) 



Petro pudo haberse rascado la barriga estos dos años; dedicado a pasear a Bacatá por el Palacio de Liévano; poner una playa nudista gay en la Plaza de Toros, y no solo haber instalado centros de consumo controlado de drogas sino también de alcohol, de sexo y rock and roll. No importa. Cada pueblo se merece a los gobernantes que tiene precisamente porque los elige. Petro pudo haberse portado muy mal, demasiado mal, rayando con la ineptitud, pero solo, léase bien, solo los ciudadanos teníamos el derecho y el deber de bajarlo de ahí.