martes, 29 de abril de 2014

Hincha del café

Aún cuando no teníamos razones para lucir nuestra bandera con orgullo, o siquiera para lucirla en lo absoluto, nos metían hasta por las fosas nasales que tenemos el mejor café del mundo. Entonces, Juan Valdéz hizo su aparición en 'Bruce Almighty' y nos pareció lo más profundo. No fuimos al Mundial ese año, ni el siguiente, ni el anterior, pero el café siguió cosechándose y creímos que estábamos dando fruto. Y es que nos pueden ofrecer un tinto sin colar; endulzado con panela o con guaro; en vaso de icopor o de plástico. Estamos tranquilos porque en ningún otro país sabe igual. Igual de bacano.

Independientemente de todo lo anterior, soy hincha del café. Así yo fuera oriunda de cualquier otro país, donde a penas pudiéramos germinar fríjoles en vasos plásticos con algodón humedecido, y nuestros ecosistemas no nos permitieran cultivar absolutamente nada sino granos para analizar en clases de biología, idealizaría el café de la misma manera que lo hago hoy.  Porque, como el fútbol, es un bien sin estratos. Cualquiera puede montar dos arcos con cuatro piedras, y cualquiera puede invitar a un tinto así no tenga greca.

Lo bonito del café es que vale exactamente lo que cada quien decida. Sí. He comprado tintos hasta por 5 dólares, pero me han regalado otros que no costaron nada. Es un valor ocasional, que vale por lo que se conversa mientras se saborea más que por el sabor individual. No despreciaré jamás la inútil práctica de catar expressos, pero les digo que lo que llega al paladar no es suficiente información cuando se trata de tomar café y de besos.

Para los musulmanes, invitar a un café significa ser amigos por 40 años. Invitar a dos es declararse amor para toda la vida. No importa si es Starbucks o home made. Un café es un café y dos cafés son dos cafés. Y si no pueden besarse hasta después del matrimonio, o acariciarse con timidez, o arruncharse sin intenciones de levantarse, si ya se tomaron el par de tintos, no importa nada más.

Pero de los musulmanes no heredamos eso sino el álgebra. Entonces, de Azerbaiyán para acá, el tiempo es una variable rodeada de constantes como el miedo y la desconfianza, y tratar de despejar la equis es nuestro pasatiempo más recurrente. Pasatiempo que se interrumpe cada vez que hay un partido de fútbol. Pero, siempre que la pelota no rueda, en vez de invitar a par cafés, la angustia existencial nos invade hasta que vuelva a sonar un pitazo inicial.

El fútbol, por lo menos en el país del mejor café del mundo, es eso que queda cuando no nos queda nada más. Ponerse la camiseta de la selección es sinónimo de ignorar todos los dilemas, angustias y decisiones, que se aplazan hasta que se acabe el partido. Pero, si fuéramos un poquito más musulmanes, ese "ignorar las penas" no solo lo haríamos con goles sino con tazas de café. Y no pienso que no seamos musulmanes en lo absoluto, por lo menos no todos. Algunos creemos en el café de la misma manera que creemos en Falcao.