lunes, 16 de abril de 2018

Escogí qué candidato preferiría tener de niñera

Vi un video de una bebé que decía que iba a “Votar por Peto” y creí que -una vez más- un video que no tiene nada qué ver (como el de la señora que iba a votar por Juampa y no por Zurriaga) iba a decidir el futuro del país. Aprovechando que el video de la bebé no ha pasado a mayores, voy a lanzarme al ruedo de la campaña. Si un bebé va a escoger el presidente, voy a ser yo, con este texto, que no tiene nada qué ver y que solo dice a cuál candidato preferiría tener de niñera. 


Mi abuela despediría a Iván Duque a media mañana, por encontrarlo usando sus tintes para el pelo. Y además, mi papá le encontraría conversaciones dudosas en WhatsApp, con la niñera que está reemplazando. Él alegaría que todo es un montaje, pero la gota que rebosaría la copa sería verlo coqueteando con el rappitendero, en lugar de darme la compota. 

Fajardo nunca sabría cómo vestirme. No tan azul, no tan morado. Me mataría de hambre, por esperar a que la sopa alcanzara la temperatura adecuada. Esperaría a que se enfriara, la soplaría con cariño, pero luego caería en cuenta de que está demasiado fría, y así pasaríamos los días enteros. Llegaría Claudia, a regañarnos a ambos por igual. A Sergio y a mí. Yo le cogería cariño, pero ella no me dejaría jugar en la arenera. No me compraría nunca un Heladino, para prevenir que me saliera una rica sorpresa. Y si me lo comprara, a Fajardo le parecería que está demasiado frío y que, aunque tenga leche, no alimenta. 



Vargas Lleras tendría organizados sus deberes conmigo, en un documento de Excel. Por colores, pestañas, alfabéticamente. Muy hacendoso, demostrando que lleva esperando este cargo de niñera desde su concepción. Eso descrestaría a mi papá y a mi abuela. A mi mamá no le cuajaría mucho su pasado de violencia intrafamiliar y, aunque preparara los mejores planes para los puentes festivos y me armara las mejores casas con cojines sin que se lo pidiera, lo despediríamos por su indudable incapacidad para sonreír y consentir.

Piedad Córdoba me adoctrinaría en cada comida. A ver, a ver, este bocado por Mi Comandante, el avioncito ruso, abre, abre, eeso. Si Peñalosa se lanzara, la primera mañana se llevaría todas mis medallas, stickers de estrellitas y diplomas por izar bandera; hasta se llevaría todos los puntos que he sumado coqueteando, y Viviane Morales simplemente no me dejaría coquetear.



Petro sería una nota de niñera, a veces. Me dejaría ensuciarme, trasnochar, desayunar gomitas y malteadas, pero sólo de marcas nacionales. Invitaría a todos mis amigos y amigas del colegio, todas las (y los) tardes, pero solo a los que sean hijos e hijas de papás y mamás que usen mochila. Cuando mi mamá se empezara a dar cuenta de que solo soy amiga de medio transición, le diría a Petro que se fuera y que se fuere, que yo estoy para ser amiga de todo mi curso.



Cuando sintiéramos que la única alternativa sería crecer sola, pegada a los juegos de consola, aparecería Humber en la puerta de mi casa, con una figura perfecta para sentarse en una mecedora. Me sentaría en su regazo, a contarme historias de la Constitución del 91. Sería exigente conmigo. Me haría cogerle gusto a los vegetales y hacerme amiga -sobre todo- de los que no me caen tan bien.  Cuando yo demostrara con acciones que puedo madurar, haríamos juntos un baile como el de Parent Trap. 




Cada familia deberá contratar pronto y es posible que, con cada niño, cada prospecto despliegue habilidades diferentes de crianza. Hablo por mí y por mis amigos. Creemos que Humber puede darnos besos en la frente, después de regañarnos por no invitar a armar Legos al hijo de los uribistas, por temor a que se nos robara las fichas. Al otro día lo invitaríamos y pasaríamos medio rico.