martes, 28 de agosto de 2018

Elecciones: donde Bogotá siempre pierde por marica

En un salto incompresible al vacío, con los ojos cerrados y de cabeza, esta vez sin Yerri Mina, Colombia marcó su gol en el minuto 94. Fue un autogol que resonó con estruendo, no el fondo de la red, sino de las urnas. Nosotros ya conocemos ese sonido. Ese silencio ensordecedor, mejor dicho, que viene cada vez que perdemos por w. Por webones. 





En Bogotá, tenemos una rutina incorruptible para antes de sufrir cada domingo de votaciones. Suele coincidir con rezar los dolorosos, porque ahora votamos más de lo que gozamos. Con una frecuencia indeseada, nos prepararnos para ir a votar y -por supuesto- para perder. Votar se convirtió en un tributo que se le paga con intereses a la conciencia, porque hay que levantarse de la cama, salir de la casa, bañarse, llegar a una hora determinada, encontrarse siempre con los vecinos, para que siempre pase lo mismo. O sea, nada.

Hay algo que también siempre pasa igual, y es que Bogotá siempre vota diferente. Cada vez que nos toca, articulamos nuestros planes y votos rolos perfectamente, de tal modo que lo que quiere esta ciudad no lo entiende el resto de la gente. Al final de la tarde del domingo, sobresalimos en los mapas de la Registraduría como la mancha que quiere la paz, sea como sea; la que no sabe mover la cadera, pero que siempre tiende a dar la vuelta por la izquierda; la que tiene el culo y las tetas planas, y también experiencia en sabotearle a la derecha todas sus caravanas. 




Bogotá está adelantada a su tiempo o aislada de lo que de verdad quiere la gente. No sé. Lo cierto es que está lejísimos de su presente. Quizás a las regiones les falte algo de la rutina que adoptamos nosotros los rolos y les sobre tanto miedo, tanto tamal, el cuero del tamal, páselo para acá, la cerveza para acompañar y la foto que ojalá el doctor se quiera tomar. 

La democracia es un privilegio que no sabemos ostentar, por eso la vendemos a precio de huevo (por huevones). Ojalá todos cuidaran su voto, no como un bien invendible sino invaluable. Que abrieran y entraran en discusiones políticas, para salir de ellas maltrechos pero con el voto intacto y blindado. Y lo usaran, una y otra vez, como hemos hecho este año los rolos esperanzados, un poquito de izquierda, pero nada paracos: sin descanso, creyendo en la democracia pero, cada vez menos enamorados. 






Bogotá vota diferente porque le gusta votar, así siempre salga perdiendo. Así somos acá. Bien maricas. Por eso, a nuestra rutina que antecede la derrota, le hemos dado el mejor final: departir licores con amigos, en casa del anfitrión habitual de la clandestinidad, para ver los resultados de la jornada electoral. Sacar de la nevera el ron comprado el viernes y brindar con cada reporte de la Registraduría que, minuto a minuto, afianza más la victoria de los contrarios. 

Veinte, setenta y dos, noventa y ocho por ciento de las mesas informadas. Salud, salud, amigos, perdimos, salud. Algún día nos encontraremos después de votar, en este mismo lugar, no para ahogar las penas sino para celebrar que Colombia por fin le cogió el gustico a votar, como le gusta a Bogotá.