lunes, 27 de julio de 2015

El Periodismo, Maluma y el SITP

Muy temprano en la carrera de Periodismo, y con muy temprano me refiero a las siete de la mañana, le enseñan a uno los criterios de noticiabilidad. Escribiendo en mi teclado de Community Manager, no los recuerdo muy bien. Algo tenían que ver con proximidad, actualidad, con los sujetos implicados… en fin. Quizás por mi poca capacidad para recordarlos tengo un teclado de Community y no uno de redactor, y los que tienen uno de redactor es porque seguro los conocen a la perfección. Entonces publican que a Maluma le dio duro la altura del Ecuador.



Hace quince días vi el video en el que un bus del SITP mata a una empleada de una estación de servicio de Terpel. Con “la mata” me refiero a que le pasa por encima. Me llené de ira y recordé una de las razones por las que tengo un teclado de Community y no uno de redactor: puesto que en mi memoria no hay registro de una sola vez en la que las instituciones de este país hayan actuado con rectitud, mantener la objetividad me queda muy complicado. La objetividad se enseñaba en la clase de las nueve, no tan temprano.

Cuando creí haber superado mi episodio de ira, llegó a mi scrolling la noticia de que habían violado una conductora del SITP. Me sentí ultra mal, por haber juzgado a todos los choferes del sistema, a raíz del arroyo de la empleada de Terpel. Una vez más, la deficiencia de nuestras instituciones quedaba en evidencia: no se enseña igualdad de género y los manes creen que la dignidad de una mujer no es tan urgente como los antojitos repentinos de su miembro.

El salchichón 

Hay una razón de peso para que los retratos hablados no se firmen con autor y fecha, como pasa con el resto de obras de arte: a cualquiera le daría vergüenza atribuirse semejante resultado de carboncillo y lápiz. Entonces, un día cualquiera usted se puede encontrar una secuencia de noticias así: Conductora del SITP violada en el bus que conducía, con un salchichón – Este es el retrato hablado del presunto victimarioHombres protestan por proyecto que busca prohibir andar sin camisa en CartagenaMaluma se enferma por altura en Ecuador. Y esos son los medios vigías de nuestra democracia. Esto lo aprendí en la clase de las dos.

Todos decimos mentiras porque siempre habrá razones para no decir la verdad, seguro habrá escrito Cohelo en alguna de sus páginas. Quién sabe qué motivó a la conductora del SITP a inventarse semejante barbarie y lo triste no es su deshonestidad. Los moralistas pueden estar tranquilos, ella ya no va a ir al cielo y nadie nunca la va a volver a contratar.

Preocupante es que los periodistas hayan caído en la trampa, después de haber ido a mis clases de siete, de nueve y de dos. Dicen que el parte de Medicina Legal -en un principio- reconoció la existencia de una violación, pero yo no estudié medicina sino Comunicación. Aún peor que la ingenuidad de mis colegas, es que la noticia nos pareció creíble y probable a todos. Sin tapujos, el SITP pudo emitir un comunicado en el que asegurara que cada bus cuenta con monitoreo satelital, cámaras de seguridad y botones de pánico, y que no habían registrado dicha violación con un salchichón. Pero no, y ya no tuvimos miedo de lo que pasó sino de lo que puede pasar, que es peor.


Hay que admitir que es reconfortante saber que a la pobre mujer no la violaron con un salchichón ni con nada y que por lo menos en Patio Bonito sí hay puntos (que funcionan) para recargar la tarjeta del SITP. 

martes, 21 de julio de 2015

Las Cometas Perseguidas 3: Todo empieza cerca del final

Las niñas aprendemos a ir al baño primero, pero a los niños les cambia la voz, les crece pelo, la frente, la nariz y lo otro, más rápidamente y se vuelven adultos antes que las niñas. A Bryan le cambió la voz, le creció la frente y la nariz, se hizo un piercing y ahora es más alto que yo. Cuando lo miré, supe que le había pasado algo más que el tiempo. 


Si quiere entender el entorno en el que creció Bryan, puede hacerlo acá. 
Si prefiere leer por qué somos tan amigos, hágalo acá. 
Si quiere saber en qué va el amor que nos guardamos, continúe aquí.  


Nunca he sabido la edad real de Bryan. Quizás eso fue lo primero que nos unió. 
-¿Cuántos años tienes?
-No sé si nueve o diez. 

No era conformismo sino tranquilidad, de saber que aunque pasaran los días, los meses y los años, uno iba a seguir siendo lo que era y ya. Si bien no sabíamos su edad y yo parecía considerablemente mayor, él siempre me cuidó de los perros bravos y me dio la bendición cada vez que me dejó en la parada del bus. Nunca definimos quién protegía a quién. 

El hermano que siempre se vio más serio y maduro abrió la puerta. Bryan estaba detrás y me alcanzó a ver por encima de la cabeza de su hermano mayor. Deseé que no fuera él, sino un primo que había venido de visita desde algún lado, o el vecino que estaba haciendo un mandado, o el novio de la hermana que estaba dejando un regalo. Era él. Él y sus ojos de siempre, que me miraron convencidos de que no me iban a volver a ver nunca más y yo estaba al frente. 

Tenía un suéter blanco y zapatos puestos; el corte de pelo más horrible que jamás haya visto; su estatura era el doble desde la última vez que lo vi; tenía perforada la ceja izquierda con una joya amarilla; la nariz le había crecido desproporcionalmente, pero yo sabía quién era él y él sabía quién era yo. 

Con dos cometas en la mano, me sentí ridícula de haber pensado que semejante adolescente tendría al menos un cuarto de interés en elevar una cometa conmigo. De una vez dije que eran para sus hermanas pequeñas y así evitarme más vergüenzas. Se las entregué y él ni las miró. Estábamos incomodísimos. Como un matrimonio por conveniencia que recién se conoce y están obligados a amarse para siempre, pero al revés. 

Sentí un nudo no tan ciego en la garganta y alcancé a preguntarle cómo estaba, en qué curso iba y me dijo que había dejado de estudiar. Hice cálculos y, así no supiera su edad, supe que era imposible que se hubiera alcanzado a graduar. Me dijo que era reciclador y el nudo –ahí sí- se me encegueció del todo y no pude hablar más. Se me quitaron las ganas de jugar en el parque, de desayunar en la panadería y de elevar la cometa, como lo habríamos hecho siempre. Contrarresté el dulce de mi café con unas lágrimas que derramé mientras él quemaba tiempo en la cocina. Solo quería irme y él quería que me fuera. 

Dije: “Bueno, me voy porque me tengo que ir”, o algo  así.  Por primera vez, nadie puso un pero a mi despedida. Abracé a Bryan con un dieciseisavo de la fuerza habitual para no incomodarlo más y le dije al oído que lo quería. Me respondió algo indescifrable, me abrió la puerta y me fui llorando. Subí la loma de la que tiramos una vez aviones de papel, me tomé un jugo en la panadería en la que desayunábamos, se lo pagué a la tendera que nos atendía a los dos, esperé el bus sin él y lo terminé abordando sin su bendición. 

Desde ese momento, busco las razones para que Bryan se haya perdido de sí mismo así. Ni el tiempo ni las hormonas pesan tanto. Alguien le habrá hecho algo, alguien se habrá atrevido a hacerle algo y él solo buscó protegerse siendo igual a los que lo molestaban. O de pronto quiere trabajar para comprarle ropa al hermano mayor y cometas a las hermanas menores, porque él es así; él sigue siendo así y no voy a permitir que las instituciones corruptas y ausentes de este país le quiten a Bryan lo que es él. Por lo menos no a mi Bryan. 

Si alguno llega a ver a mi Bryan por la calle, por favor no se cambie de andén ni busque el gas pimienta en la maleta. Aunque nadie lo crea, ni siquiera él, sé que sigue siendo el volador de cometas, regalador de bendiciones y domador de perros salvajes que yo conocí. Si se lo encuentran, por favor recuérdenle que lo quiero y que eso nos va a bastar -si no para cambiarlo a él- al menos para cambiarle el peluqueado. Para identificarlo, Bryan ya no se ve así, pero sigue mirando igual.   






domingo, 12 de julio de 2015

No me dejo morir

Llevo 3 meses y 12 días trabajando en algo que no me enseñaron en la universidad, como la mitad de mis amigos. La otra mitad está trabajando en lo que mi mitad consideraba aburrido. Mi mitad trabaja en algo que la gente cree que sabemos hacer, incluidos nosotros.

Todo lo que nos acredita para este trabajo es estudiar para el parcial en el hueco, improvisar con fluidez para la exposición y ganarnos almuerzos gratis solo con mandar un tuit. Somos geniales en las entrevistas y redactando honores para la hoja de vida: equipo de debate, club de rock and roll, apreciador de cine y equipo de canotaje. Y nos contratan, claro que nos contratan, porque no nos dejamos morir.

Qué tentadora es la quincena, la caja de compensación, la prima, la EPS y la pensión. Choose a fucking big television. Choose good health, low cholesterol and dental insurance. Llegar a la casa, cansada hasta la muerte de no ayudar absolutamente a nada, pero con un día más de cotizar pensión. Qué gratificante.

Con ánimos de no conformarme, cosa que tenemos en común los que pertenecemos a mi mitad, busco ofertas laborales un poco más útiles y esperanzadoras. "Se busca", "oferta laboral", "#TrabajoSíHay"... Hay una luz en algún lugar, hasta que piden 5 años de experiencia.

Si yo tuviera 5 años de experiencia, mis papás estarían en la cárcel por abuso infantil. Sé y soy todo lo que pide esa oferta laboral, excepto llevar 5 junios sin salir al mar. Yo lo considero algo positivo. En estos 3 meses me he vuelto más infeliz y podría argumentar que la experiencia laboral solo lo hace a uno menos viable.

365 días, por 5 años, son 1825 días; menos 102 que llevo trabajando, 1723. He decidido vivir los siguientes 1.723 días que me faltan para completar los 5 años de experiencia, como si fueran un servicio militar. En el 2020 aplicaré a un trabajo del que llegue cansada de cambiar un poquito el mundo, en el que no me tiente la EPS ni la caja de compensación, sino solo hacer las cosas por amor.