viernes, 22 de septiembre de 2017

Monólogo de tu conciencia cuando la que te gusta te saca a bailar una salsa

Ese miedo. En 2 segundos, ves pasar por tu mente todas las navidades, las novenas bailables, las sugerencias de tus tías, los pasos de tus primas, el tumbao de tus hermanas, los regaños de tus profesoras de danza del colegio y hasta Pablo Armero. Un, dos, un, dos. No mires los pies. Los codos quietos. Espera el bajo. No dobles tanto las rodillas. Siete, ocho. Te secas el sudor frío de las manos en el pantalón. Te invade ese caótico miedo, que antecede la canción que vas a bailar, con la que tanto esperaste.  

Tras recordar todas tus lecciones y pasos de baile en un instante, te conforto. La verdad es que no bailas tan mal. Bailas bien, de hecho. Mejor que el promedio de rolos, por lo menos. Dominas el merengue, el reggaetón, el vallenato, el rock and roll, el ska, el vals, el trap, el tap; conoces algo de ballet, tus amigos costeños te enseñaron algo de champeta y cumbia; en segundo de primaria, bailaste bambuco en la presentación de fin de año; gracias a tus familiares llaneros -con los que nunca te ves- conoces el paso básico del joropo y empieza una salsa. 






Clásico. Toda la seguridad ontológica, que te habían traído las presentaciones del folklore nacional en el auditorio del colegio, vuelve a irse. Al primer sonido del cencerro, de repente no sabes ni quién eres. La vas a cagar. No te va a volver a sacar a bailar en su vida. Mejor detente. Finge un esquince. Cuenta un chiste. No. No cuentes un chiste. Empieza a cantar el Joe. Mon amour. Cállate. No cantes. Me acostumbraste a vivir a tu modo, yo que nunca fui un ser conforme. Que te calles. 

La ves, te agarra y para ella es tan fácil. Tan fácil gustarte, tan fácil moverse, tan fácil dar los pasos precisos, las vueltas fluidas, tomarte de la cintura y guiarte. Y para ti, tan difícil dejarte guiar, dejar de mirarla con cara de idiota, dar bien el paso siguiente. Te complicas prediciendo la próxima maniobra y, mientras piensas en que debiste ver tutoriales antes de la fiesta, otra vez mandaste la mano cuando no era. Con suma comodidad, ella, plenamente consciente de tu desconcierto, se te ríe en la cara y tú te rindes. 

Pero yo te digo algo: sabes que no preferirías no sentir este miedo. Es más: admite ya que lo disfrutas, que te encanta que baile mejor que tú, que haga casi todo mejor que tú y que no es posible que estés haciendo todo tan mal. Escucha un momento la canción, un, dos, eso, eso, algo sabes, deja la maricada, dale un beso, calla boca de clavel, esa mierda, uno tal para cual.

Si no ha dicho que quiere ir al baño a estas alturas, tienes que estar haciendo algo bien (más allá del ridículo). Tu experiencia en el coro de primaria te advierte con compases que la canción está próxima a acabarse. Aparentemente, sobrevivimos. Ojalá siga una de Elvis (Crespo), para reivindicarte. Si bien dejaste por el suelo el honor de tu familia, de tu abuela bailarina y de tu bisabuelo de fiestas legendarias, ella sigue bailando contigo y el resto de niñas ya son completamente ordinarias. 

En la última entrada del piano, se te acerca al oído y te dice que su meta es que tú aprendas a dejarte guiar en la salsa. Ay, si ella supiera que ya vamos a donde vaya y eso es lo único que le falta. Vuelves a mandar el pie para donde no era, eres incorregible, mueves mal la cintura, más despacio, así no, por dios, ya, ya, detente, oh, gracias a la vida que la canción se acaba y un acordeón le da la entrada a una guacharaca.