jueves, 20 de agosto de 2015

Carta de amor no correspondido

Me acuerdo estar viendo por la ventana de mi salón de octavo grado, cómo un par de manes pinta construían en el prado de mi colegio una vivienda de emergencia. Fue mi primer contacto con Techo. Después, el niño que me gustaba me invitó. Le dije que no podía ir porque era menor de edad. Él dijo que no importaba, que él me entraba, como si fuera un bar, me entró y me quedé adentro.

Eso pasó hace cinco años. Cinco años de construcciones, reuniones impuntuales, voluntarios, beneficiarios, amigos y un amor. Cinco años de crecer en Techo, con él y por él. Cualquiera que me conozca sabe bien que tengo ene mil anécdotas y una tendencia constante a hablar de lo que he vivido gracias a la organización. Le debo ser lo que soy, soñar con lo que sueño, defender lo que defiendo y emputarme por lo que me emputo.

Si bien en estos veintidós años, diez meses y ocho días he construido lo que soy con cada puntilla que he puesto en cada una de las viviendas de emergencia que construí, todavía me faltan cositas. Estoy atravesando la adolescencia de los 22. Salir de la universidad a un trabajo de mierda porque es lo que hay; a no cumplir los sueños; pensar a largo plazo; no poder capar clase; no tener vacaciones; no ver a los amigos; pagar mis cuentas, pero a que me sigan pidiendo la cédula al comprar cerveza.

En uno de los puntos álgidos de mi adolescencia tomé una decisión: no voy a trabar en nada que no le haga la vida más fácil a alguien. Entonces tuve una regresión de cada barrio, cada niño, cada plato de comida, cada calle, cada líder, cada mamá que me topé en Techo y lo asumí. Si voy a estar sentada frente a un computador todo el día, que sea por el bienestar de alguien. Punto.

Me convencí como nunca de que la única forma de ser feliz es hacer feliz a alguien más y Techo siempre fue el escenario para eso. Con los astros alineados, había una vacante en Techo, para un cargo directivo y remunerado. Perfecto. Esta era la hoja de postulación:


Estos eran los requisitos del cargo:


Sé inglés, soy profesional, llevo en Techo 5 años, sé usar Office, trabajé en el área de Comunicación, vivo en Bogotá, hice mi práctica en Techo, fui personera de mi colegio, estuve en el equipo de basket, fútbol y ajedrez y en el coro de primaria. Sin aspirar a algo fuera de lo común, decidí enviar mi carta de motivación, que pueden leer acá: http://bit.ly/motivacion-manu y respondí la encuesta que me llegó al mail, después de postularme.

No estaba convencida de que el trabajo fuera mío. Incluso, toda mi vida peleé con la elección de cargos a dedo, por amiguis y que las convocatorias fueran solamente una máscara que nos poníamos, de "oh, qué organización tan justa con los méritos". La primera vez que fui Jefe de Escuela, me lo gané con nervios, pero me lo gané. La segunda vez, me hicieron una entrevista de mentiras e igual me lo gané. La tercera vez, me hicieron otra entrevista de mentiras y no me lo gané. Ahí empezó la tuza y terminó hoy.

Esto no es una carta de amor ardida, en la que hago pataleta por no haber sido escogida. No. Ni mucho menos. Siempre le he huido a los ex (presidentes) ardidos. Esto es una carta de amor, de un amor que no fue correspondido. El amor que yo le tenía a Techo y que Techo no me tuvo a mí. O, alguien que te ama, ¿Te termina con un mail?



Techo, te hablo a ti directamente. Gracias por todo lo que me diste. Nuestras primeras veces, nuestros cafés al atardecer, al amanecer. Gracias por hacerme grande, gracias por los besos, las lágrimas, los mocos y los chicles de tatuajes. Te debo tanto y lo reconozco, pero tú, tú no te diste cuenta de lo que yo te amaba. Hasta aquí llegamos. Nos veremos en las fiestas de amigos comunes, las grandes, a las que van todos. Se nos acabaron los momentos de intimidad y mi recurrente tendencia de hablarle bien de ti a todo el mundo. Como toda novia a la que le terminan por mail, vete a la mierda y avísame cómo llegas, porque te sigo amando.