jueves, 24 de agosto de 2017

¡Iji, si viniirin lis millinils!: una respuesta muy madura a la columna de Sergio Ocampo

No sé si cuando tengamos más años alguno de nosotros escriba la versión Millenial del éxito de Poligamia. Yo no nací con mi vecinos, ni hablar ha sido un peligro, mi casa queda muy lejos de Unicentro, pero tampoco he querido preguntarme por qué. No siento nostalgia por mi generación y no hace falta escribir un totazo del rock en español para manifestar lo triste que es ser del 92. 

Para Ocampo, somos una generación “estructuralmente inestable”. Tiene toda la razón. Claro que somos inestables y lo odiamos. Su columna nos deja parados en un terreno de placer y desenfreno, como si disfrutáramos de todas y cada una de nuestras inseguridades y no. Dudamos de todo y dudar incomoda. Dudamos lo que estamos haciendo, de si nos hace más grandes, más profesionales, más seguros, más enamorados, más felices. 

Dudamos de todo a cada rato, hasta del bus en el que nos montamos, pero dudamos de nosotros mismos como por contrato (y rara vez firmamos uno a largo plazo). Nos la pasamos sumergidos en la prestación de servicios, en preguntas y temor (Admiration and awe, diría Kant). Por eso somos triste y orgullosamente inestables, en esta estructura llena de certezas, horarios de 9 a 6 y reuniones que pudieron haber sido un mail. 



Que pasamos de trabajo a trabajo en cuestión de meses, dice Ocampo. Eso si y solo si lo encontramos. Que no entendemos el concepto del esfuerzo, y yo esmerándome por dejar este texto impecable durante mi hora de almuerzo. Que nos permitimos equivocarnos demasiado, y yo que solo deseo entregar mis responsabilidades después de haberlas mejorado. Que estamos poco dispuestos a reconocer una autoridad, y yo que me despierto agitada cuando sueño que decepciono a mi jefe, porque solo eso me asusta de verdad. 

Si a Vice le faltó periodismo para construir el supuesto informe sobre acoso laboral, a Ocampo le faltó trabajo de oh, campo (jajaja), para conocernos a los inestables, flojos, volubles y narcisistas menores de 30 años. A mí también me faltaron muchas cosas: rejo, tiempo, certezas, comas, pero por lo menos sé que no todos los columnistas son como Ocampo, no todas las columnas de Ocampo son como ésa, no todos en Vice son como son en Vice y no todos los millenials somos unos cobardes. Hay algo bello en la duda y es la certeza de que no todos somos iguales.