miércoles, 16 de diciembre de 2015

La paz que importa no le importa a nadie

Pita es una vereda de Colombia, en el departamento del Atlántico, en el municipio de Repelón, en el corregimiento de Las Tablas, a 1.085 kilómetros de Bogotá. Su tierra es árida, pero crecen árboles de limón y los limones botan buen jugo. Los habitantes se dedican al ganado avícola y porcino. El medio de transporte predilecto es el burro. El clima, en un día normal, puede alcanzar los 40 grados centígrados. Desde cualquier esquina de Pita se puede ver todo Pita. Si Macondo no fuera Aracataca, sería Pita. No pasa el tiempo, no pasa nada.

Todo Pita


En el 2000 las mujeres visten gris

Antes que la electricidad y el gobernador, antes que los primeros arcos de fútbol y tableros de baloncesto; antes que el agua, antes que el pavimento y el Ejército; antes que los inodoros y los cimientos, llegaron los paramilitares del bloque Norte de las Autodefensas, al mando Rodrigo Tovar Pupo, alias "Jorge 40".

Su líder en la zona -que no tenía agua, oro, oleoductos, corredores de drogas, centros médicos ni tierra fértil- era Rafael Eduardo Julio Peña alias "El Chiqui". El Chiqui y su gente llegaron a Pita el 31 de diciembre que se celebró el fin del milenio y asesinaron a cinco personas. Después, en el 2003, la gente volvió a llegar y mataron a tres personas más.

"El Chiqui" hace parte de la Ley de Justicia y Paz desde 2008


En la zona, que sigue sin tener agua, oro, oleoductos, corredores de drogas, centros médicos ni tierra fértil,  hubo presencia del frente 97 de las FARC desde finales de los 90 y ese fue el pretexto para ambas masacres, que ocasionaron el desplazamiento masivo y forzoso de la comunidad: para las AUC y para el Atlántico, Pita era colaborador de la guerrilla.

¿Qué tan colaboradora podía ser una vereda en la que solo hay una tienda? A no ser que un elemento determinante en la guerra sea la Big Cola, no hay nada que Pita pudiese ofrecer a ninguno de los bandos. Igual los masacraron.

Aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo

La tienda que vende Big Cola y otras cosas es de Nini Johana Rodríguez Romero. Hoy Nini tiene 34 años y es madre de tres hijos: Adriana, Yoiner y Eduardo. Adriana tiene 15 años, Yoiner, 11 y Eduardo, 6. Ellos son uno de los 38 núcleos familiares que componen Pita, en la que todos son Romero por algún lado.

Yoiner y Eduardo, como el resto de los niños, corren de casa en casa (no hay más de 40) y juegan fútbol. Uno de los niños es Moisés, que se diferencia de los demás por no usar pantalones con frecuencia. Las niñas montan en bicicleta, se tiran por las pendientes en ellas y juegan fútbol igual (o mejor) que los niños, porque no hay carros ni muñecas ni balones ni nada que abra una brecha entre sexos a la hora de jugar a algo. No hay nada con qué jugar. Todos andan descalzos y, cuando yo me quité mis zapatos y dejé mis diez dedos al aire, les impresionó ver que éramos de los mismos, de los que tienen cinco dedos en cada pie.

Con la camiseta de la Selección, Yoiner. A la derecha de Yoiner, Ever 


Todos los niños están registrados, pero no vacunados. Nunca en sus vidas habían visto una bolsa de agua, de esas que valen 400 pesos, y no sabía cómo se usaban. Ever y Orlando José estaban conmigo. Les quité las bolsas de las manos, les mostré cómo se muerde la esquina y se escupe el pedacito de plástico que queda en la boca; les dije que bajaran la cabeza y con desconfianza me obedecieron; les regué todo su contenido helado y transparente en la espalda, en la cabeza, en el pelo, en las orejas, en el cuello, y no tuvieron idea de cómo comportarse ante el agua fría.

Esa indiferencia tuya es la que me domina

Dicen las malas lenguas que una carretera, una escuela primaria, una cancha de fútbol y un módulo habitacional de madera son reparación. No, no, no y no. El fin del conflicto está obligando al Estado a aparecerse por donde jamás lo hizo y lo está obligando a hacer lo que debió hacer hace veinte años. Si en Pita no hubieran masacrado ni desplazado a nadie, ¿Recibiría también una cancha, una escuela, una carretera y unas casas? No se sabe y ya no se supo.

Panzas infladas no hay solo en África. Colombia está llena de Etiopías, de niños que juegan fútbol ardiendo en fiebre, que son más bajitos y menos inteligentes que el promedio, solo porque están mal alimentados. La Habana está a 2,211.24 km de Bogotá. Pita, a 1.085. Lo lógico es empezar por lo que queda más cerquita y darle a Pita la Reparación que se merece. 

Hoy, "El Chiquí" recibe mayor garantía de sus derechos que sus víctimas, hace parte de la Ley de Justicia y Paz y rinde versiones desde el 2009. De seguro toma agua transparente y fría, se baña todos los días, tiene todas las vacunas con su respectivo refuerzo, su inodoro desagua en una cañería y en un par de años será tecnólogo en alguna disciplina. Y la famosa ley pregona: 

"La presente ley tiene por objeto facilitar los procesos de paz y la reincorporación individual o colectiva a la vida civil de miembros de grupos armados al margen de la ley, garantizando los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación".

Esa ley quedó al revés. Yo habría escrito: 

"La presente ley tiene por objeto garantizar los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y reparación, porque es la única forma de facilitar los procesos de paz, y cuando ya no quede nada más qué hacer, reincorporar individual y colectivamente a la vida civil a miembros de grupos armados al margen de la ley. Nadie dice que no sean reincorporados, pero no son prioridad. Les tocó al final".

Pita queda a 2 horas de Barranquilla y cuando llueve, llueve agua tibia

 10.521908,-75,234339 son las coordenadas exactas de Pita.

En las ciudades, en las calles, en los almuerzos familiares y en sus redes sociales, la paz tiene más cara de castigo, de karma, de que paguen esos desalmados, cuando debería tener cara de lápices, loncheras, vacunas, busetas, tomas eléctricas, casas cimentadas y agua transparente.

Si bien la famosa Ley incluye -en el Artículo 8, que describe el derecho a la Reparación- "la difusión de la verdad sobre lo sucedido", nadie tiene idea de que Pita existe. Nadie. No aparece en ningún mapa. Si lo buscan en Google, sale un restaurante en España. Si se los nombran, lo primero que piensan es en el plato de Crepes & Waffles. 


Pero Pita es todo lo que quienes que pregonan la paz no admiten. La paz que importa es que Yoiner tenga un balón. La paz que importa no le importa a nadie, porque la paz que importa es que Adriana pueda entrar a la universidad y que Nini tenga un baño en su casa. La paz que le importa a muy pocos es que en Pita haya agua limpia. La paz que le importa a la mamá de Moisés es que vacunen a Moisés, no que "El Chiqui" se pudra en una cárcel de Texas. Paz es que se recuerden a las víctimas del 2000 y del 2003. Paz es que Pita aparezca en el mapa y eso no se firma en La Habana.