martes, 21 de julio de 2015

Las Cometas Perseguidas 3: Todo empieza cerca del final

Las niñas aprendemos a ir al baño primero, pero a los niños les cambia la voz, les crece pelo, la frente, la nariz y lo otro, más rápidamente y se vuelven adultos antes que las niñas. A Bryan le cambió la voz, le creció la frente y la nariz, se hizo un piercing y ahora es más alto que yo. Cuando lo miré, supe que le había pasado algo más que el tiempo. 


Si quiere entender el entorno en el que creció Bryan, puede hacerlo acá. 
Si prefiere leer por qué somos tan amigos, hágalo acá. 
Si quiere saber en qué va el amor que nos guardamos, continúe aquí.  


Nunca he sabido la edad real de Bryan. Quizás eso fue lo primero que nos unió. 
-¿Cuántos años tienes?
-No sé si nueve o diez. 

No era conformismo sino tranquilidad, de saber que aunque pasaran los días, los meses y los años, uno iba a seguir siendo lo que era y ya. Si bien no sabíamos su edad y yo parecía considerablemente mayor, él siempre me cuidó de los perros bravos y me dio la bendición cada vez que me dejó en la parada del bus. Nunca definimos quién protegía a quién. 

El hermano que siempre se vio más serio y maduro abrió la puerta. Bryan estaba detrás y me alcanzó a ver por encima de la cabeza de su hermano mayor. Deseé que no fuera él, sino un primo que había venido de visita desde algún lado, o el vecino que estaba haciendo un mandado, o el novio de la hermana que estaba dejando un regalo. Era él. Él y sus ojos de siempre, que me miraron convencidos de que no me iban a volver a ver nunca más y yo estaba al frente. 

Tenía un suéter blanco y zapatos puestos; el corte de pelo más horrible que jamás haya visto; su estatura era el doble desde la última vez que lo vi; tenía perforada la ceja izquierda con una joya amarilla; la nariz le había crecido desproporcionalmente, pero yo sabía quién era él y él sabía quién era yo. 

Con dos cometas en la mano, me sentí ridícula de haber pensado que semejante adolescente tendría al menos un cuarto de interés en elevar una cometa conmigo. De una vez dije que eran para sus hermanas pequeñas y así evitarme más vergüenzas. Se las entregué y él ni las miró. Estábamos incomodísimos. Como un matrimonio por conveniencia que recién se conoce y están obligados a amarse para siempre, pero al revés. 

Sentí un nudo no tan ciego en la garganta y alcancé a preguntarle cómo estaba, en qué curso iba y me dijo que había dejado de estudiar. Hice cálculos y, así no supiera su edad, supe que era imposible que se hubiera alcanzado a graduar. Me dijo que era reciclador y el nudo –ahí sí- se me encegueció del todo y no pude hablar más. Se me quitaron las ganas de jugar en el parque, de desayunar en la panadería y de elevar la cometa, como lo habríamos hecho siempre. Contrarresté el dulce de mi café con unas lágrimas que derramé mientras él quemaba tiempo en la cocina. Solo quería irme y él quería que me fuera. 

Dije: “Bueno, me voy porque me tengo que ir”, o algo  así.  Por primera vez, nadie puso un pero a mi despedida. Abracé a Bryan con un dieciseisavo de la fuerza habitual para no incomodarlo más y le dije al oído que lo quería. Me respondió algo indescifrable, me abrió la puerta y me fui llorando. Subí la loma de la que tiramos una vez aviones de papel, me tomé un jugo en la panadería en la que desayunábamos, se lo pagué a la tendera que nos atendía a los dos, esperé el bus sin él y lo terminé abordando sin su bendición. 

Desde ese momento, busco las razones para que Bryan se haya perdido de sí mismo así. Ni el tiempo ni las hormonas pesan tanto. Alguien le habrá hecho algo, alguien se habrá atrevido a hacerle algo y él solo buscó protegerse siendo igual a los que lo molestaban. O de pronto quiere trabajar para comprarle ropa al hermano mayor y cometas a las hermanas menores, porque él es así; él sigue siendo así y no voy a permitir que las instituciones corruptas y ausentes de este país le quiten a Bryan lo que es él. Por lo menos no a mi Bryan. 

Si alguno llega a ver a mi Bryan por la calle, por favor no se cambie de andén ni busque el gas pimienta en la maleta. Aunque nadie lo crea, ni siquiera él, sé que sigue siendo el volador de cometas, regalador de bendiciones y domador de perros salvajes que yo conocí. Si se lo encuentran, por favor recuérdenle que lo quiero y que eso nos va a bastar -si no para cambiarlo a él- al menos para cambiarle el peluqueado. Para identificarlo, Bryan ya no se ve así, pero sigue mirando igual.   






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