martes, 16 de mayo de 2017

Relato corto sobre pedir el cuadre y que te digan que no

Si manoteara las hojas del diario en el que escribo esto, encontraría la prueba de que llevaba planeando ese momento mucho tiempo. En mi narración, que es más un cúmulo de pruebas de que hice lo correcto, conduzco al lector a acompañarme a enfrentar los océanos de dudas, alegrías, inseguridades y certezas, que inundan los días y los pasos que preceden la súplica por cariño, que es pedirle a alguien que sea algo de uno. 

Me aventuré a darle fin a ese texto, haciendo honor a la premisa de que todos siempre deberíamos vivir en estado de posguerra. No solo cocinar cualquier cosa que alcance con los pocos centavos que haya en el bolsillo. También tomarse los tragos, darse los besos, confesarse las verdades que urjan, porque ya casi, quién sabe cuándo, se acaba el tiempo. Con esto tan claro como lo que siento, le pedí que se cuadrara conmigo. 

Pasaron como catorce minutos eternos, entre mi pregunta y su respuesta. Debí saberlo desde un principio. Se paró al baño y me dejó a la espera, no sin antes mirarme fijamente y en silencio, sin darme un indicio de nada, del que pudiera agarrarme en pleno naufragio. Volvió del baño con el mismo silencio interminable. Debí salir corriendo mientras no estaba. Se sentó de nuevo frente a mí. Debí retractarme, alegar demencia, o un accidente de verborrea.


Me tiró una señal para que fuéramos a hablar. A hablar. Si había algo qué decir, no había nada de qué hablar. En alguna parte de mí, quizás en el anular del pie izquierdo, conservaba una esperanza minúscula pero crónica, como una ampolla. Llegamos a donde podíamos charlar. Charlar de qué. Nos volvimos a sentar. Prendió un cigarrillo. Yo, no. Le pregunté qué tanto pensaba y no respondió. Entonces prendí el mío y la esperanza que cargaba en el anular se anuló. 


Seguro las palabras que pronunció tenían sentido. Atravesaron mi yunque y mi martillo, hasta llegar a mi cerebro como balbuceos que yo casi no asimilo. Le dije que no tenía que decir nada, mientras me aferraba al filtro de ese Marlboro con mi último aliento. Como aquel 2 de octubre imperdonable, me dio la respuesta más indescifrable: "Sí, pero no aún". No estoy del todo segura de que esas hayan sido sus palabras textuales, pero eso fue lo que entendí, para colmo de males. 

Otra vez y de la misma manera, me aplazaron la dicha. Y lo peor es lo mismo: que su regreso -si regresa- ya no dependerá de mí. Ojalá lo haga y llegue por fast track, porque no aguantaría nada distinto, justo como con la paz. 



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