lunes, 24 de julio de 2017

Carta de amor al mar

Amo el mar como se debe amar. Amo el mar de la única forma verdadera de amar: por tantas razones que no sé por dónde empezar. Se me hace un ocho la cabeza cuando me dispongo a explicar por qué amo el mar y también cuando amo en general. 

Me gusta su perfume, su aroma inconfundible, que de vez en cuando se expande hasta lugares desde los que ya ni se ve ni se escucha. Me gusta cómo se ve bonito desde lejos y también cómo su belleza se hace más inmensa a medida que nos hacemos más cerca. Del mar me encanta todo lo que no entiendo y que a la vez está expuesto, abierto y entregado. Entre más inmersa esté en el agua, me asombra más y más todo lo que no sé. La belleza de lo incomprendido que no se esconde. Tan armónico, puro y genuino, desde el fondo hasta la superficie visible. 


Me gustan las corrientes. Cómo se llevan todo con ellas y cómo traen de vuelta solo algunas cosas. Me gusta cómo hemos aprendido a dejarnos llevar y también, de vez en cuando, a nadar contra ellas. Convivir con un sistema en el que el ser humano está en completa desventaja. Me gusta el mar porque siempre lleva las de ganar y yo siempre, las de perder. Me gusta porque nunca competimos y yo nunca me he sentido derrotada. He aprendido a que el agua me llegue al nivel saludable, suficiente para arrastrarme sin dejarme ahogar, incluso cuando ya no estoy en el mar.


El mar es el único lugar donde se puede ser perfectamente consciente de la felicidad. No dejarla escapar. Ser feliz sin hacer nada. Solo estar. (Mientras escribo esto, frente al Cantábrico, soy consciente de que pocas veces había tenido tanto por escribir y todos los textos por terminar. Quizás la felicidad sea esto: no saber qué esquina agarrar primero). 


Del mar me gusta que es violento cuando quiere. Apacible, cuando le da la gana, pero siempre contundente. Nunca encontrar un mar insípido es una certeza menospreciada. Salado, picado, bandera blanca o bandera roja, pero todo hasta la muerte. Es lo que es y punto. 

Hay que cantarle vallenato a todos los mares, porque mar es mar en todas partes. Es uno solo, como el amor de la vida: muchos nombres pero a-mar, al fin y al cabo. El mar, que nos ha visto crecer, matarnos, llorar, dudar, preguntarle, contarle todo, y él, callado, ha dado todas las respuestas. El mismo de toda la vida. Constante, genuino y puro como nadie. Amo el mar porque sin importar cuándo ni dónde, es quien ha sido siempre. Aunque entre cada reencuentro pase demasiado tiempo, el resultado de la espera mutua siempre es el mismo. No decepciona. Es un amor que solo crece, se prolonga, se hace más fuerte, incluso desde el altiplano Cundiboyacense. El mar no es como el amor. El amor debería ser más como el mar.

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