A pesar de que hoy en día no
es extremadamente difícil pensar en política sin partidos políticos, estos no
le fueron innatos. Andrés Malamud en su texto ‘Partidos políticos’ afirma que
inclusive fueron aceptados, en primera instancia, por nada distinto a la
resignación. De esta manera, el autor
hace un recorrido histórico por de la naturaleza de estas agrupaciones
políticas, demostrando que no solo sería erróneo sino inútil intentar
clasificarlos de acuerdo a una sola perspectiva.
Las agrupaciones en la política
y su origen puede atribuirse a diversas fuentes, dependiendo del contexto y del
marco teórico que se tenga en cuenta. Sin embargo, “La institucionalización de
grupos diversos, a través de asociaciones representativas de cada parte, los
haría converger en el objetivo de coadyuvar al interés común del gobierno
nacional”. Así, aceptar el disenso y canalizar las divisiones terminó siendo favorable
para la creación y consolidación de partidos.
Con la representación
organizada de cada una de las partes interesadas, los partidos políticos
adquieren el valor de pluralidad y diversidad propia de las sociedades. “…
otros los conciben como el instrumento político de un movimiento de integración
policlasista, nacional, y/o popular, que licua las diferencias de clase y
procesa el conflicto de manera vertical”. Así, lo que al principio parecía el
ahondamiento de las distancias provocadas por las diferencias, terminó
convirtiéndose en el medio perfecto para acortarlas y trabajar por el consenso.
Mediante los partidos van
comprendiendo que la militancia debe dejar de ser tan selectiva y exigente,
dado que la finalidad última son los votos. “La lealtad de los partidos deja de
ser una exigencia de la identidad de grupo o de clase, pues la diversificación
de roles así lo determina; al mismo tiempo, éstos también pierden su
indispensabilidad como organización mutual”. Así, el cuerpo electoral puede
dejar de casarse con un solo partido, como pasó en Colombia en los años 50 con
el partido Conservador y el Liberal, y empezar a identificarse, a votar,
dependiendo de las necesidades particulares que necesita suplir al momento de
las elecciones.
Hoy hubo un conversatorio con
candidatos al Congreso en la Universidad de La Sabana. Solo porque no tenía
idea de por quién votar, fui a ver qué me ofrecían. Los expositores eran Rodolfo
Arango, del Polo Democrático Alternativo; Ana Mercedes Gómes, del Uribe Centro
Democrático; Ati Quigua, líder indígena y Concejal, y Juan Pablo Salazar, del
Partido de la U.
A parte de varias impresiones,
la más evidente para mí fue entender que Salazar era del Partido de la U. A
grandes y simples rasgos, ese partido es conservador, muy conservador, tan
conservador que un hombre joven, con el pelo largo y en silla de ruedas
parecería fuera de lugar dentro de él. Más aun entendiendo lo que afirma
Malamud con respecto a los partidos: “… movidos por fines propios que
trascienden los objetivos que les dieron origen, al tiempo que también superan
y transforman los interesas que los integran”.
Salazar terminó sorprendiéndome
muchísimo más a medida que hacía su intervención. El tema era la legislación
posterior al proceso de paz en La Habana y Salazar hablaba de reconciliación,
de perdón y olvido, tres conceptos que –a mi parecer- ni siquiera se escuchaban
en susurros por el Partido de la U. Hoy he alcanzado a entender que los
políticos se aproximan a los partidos que los apoyan más que a los que se sienten
afines.
Admito que, sin haber escuchado
a Salazar, con solo ver su foto al lado de una U, ni me habría interesado
recibir un volante o hacer clic en su nombre. Porque así como los partidos
cargan con el peso de sus miembros, los políticos también tienen que afrontar
las consecuencias de ser parte de uno o de otro.
Los partidos políticos
comenzaron siendo la expresión de facciones y agrupación de aquellos que
coincidían en materias de importancia en su contexto social político. Hoy, por lo menos en Colombia,
quienes están encargados de mantener una reputación favorable no son nada más
los políticos sino sus partidos, que cargan con el peso, bueno o malo, de
generar recordación nada más con sus logos. Es una clara prueba de que, sin
duda alguna, los partidos sí pueden ser considerados como organizaciones.
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