martes, 11 de marzo de 2014

Pero voté por Juan Pablo

A pesar de que hoy en día no es extremadamente difícil pensar en política sin partidos políticos, estos no le fueron innatos. Andrés Malamud en su texto ‘Partidos políticos’ afirma que inclusive fueron aceptados, en primera instancia, por nada distinto a la resignación.  De esta manera, el autor hace un recorrido histórico por de la naturaleza de estas agrupaciones políticas, demostrando que no solo sería erróneo sino inútil intentar clasificarlos de acuerdo a una sola perspectiva.

Las agrupaciones en la política y su origen puede atribuirse a diversas fuentes, dependiendo del contexto y del marco teórico que se tenga en cuenta. Sin embargo, “La institucionalización de grupos diversos, a través de asociaciones representativas de cada parte, los haría converger en el objetivo de coadyuvar al interés común del gobierno nacional”. Así, aceptar el disenso y canalizar las divisiones terminó siendo favorable para la creación y consolidación de partidos.

Con la representación organizada de cada una de las partes interesadas, los partidos políticos adquieren el valor de pluralidad y diversidad propia de las sociedades. “… otros los conciben como el instrumento político de un movimiento de integración policlasista, nacional, y/o popular, que licua las diferencias de clase y procesa el conflicto de manera vertical”. Así, lo que al principio parecía el ahondamiento de las distancias provocadas por las diferencias, terminó convirtiéndose en el medio perfecto para acortarlas y trabajar por el consenso.

Mediante los partidos van comprendiendo que la militancia debe dejar de ser tan selectiva y exigente, dado que la finalidad última son los votos. “La lealtad de los partidos deja de ser una exigencia de la identidad de grupo o de clase, pues la diversificación de roles así lo determina; al mismo tiempo, éstos también pierden su indispensabilidad como organización mutual”. Así, el cuerpo electoral puede dejar de casarse con un solo partido, como pasó en Colombia en los años 50 con el partido Conservador y el Liberal, y empezar a identificarse, a votar, dependiendo de las necesidades particulares que necesita suplir al momento de las elecciones.

Hoy hubo un conversatorio con candidatos al Congreso en la Universidad de La Sabana. Solo porque no tenía idea de por quién votar, fui a ver qué me ofrecían. Los expositores eran Rodolfo Arango, del Polo Democrático Alternativo; Ana Mercedes Gómes, del Uribe Centro Democrático; Ati Quigua, líder indígena y Concejal, y Juan Pablo Salazar, del Partido de la U.

A parte de varias impresiones, la más evidente para mí fue entender que Salazar era del Partido de la U. A grandes y simples rasgos, ese partido es conservador, muy conservador, tan conservador que un hombre joven, con el pelo largo y en silla de ruedas parecería fuera de lugar dentro de él. Más aun entendiendo lo que afirma Malamud con respecto a los partidos: “… movidos por fines propios que trascienden los objetivos que les dieron origen, al tiempo que también superan y transforman los interesas que los integran”.

Salazar terminó sorprendiéndome muchísimo más a medida que hacía su intervención. El tema era la legislación posterior al proceso de paz en La Habana y Salazar hablaba de reconciliación, de perdón y olvido, tres conceptos que –a mi parecer- ni siquiera se escuchaban en susurros por el Partido de la U. Hoy he alcanzado a entender que los políticos se aproximan a los partidos que los apoyan más que a los que se sienten afines.

Admito que, sin haber escuchado a Salazar, con solo ver su foto al lado de una U, ni me habría interesado recibir un volante o hacer clic en su nombre. Porque así como los partidos cargan con el peso de sus miembros, los políticos también tienen que afrontar las consecuencias de ser parte de uno o de otro.

Los partidos políticos comenzaron siendo la expresión de facciones y agrupación de aquellos que coincidían en materias de importancia en su contexto social  político. Hoy, por lo menos en Colombia, quienes están encargados de mantener una reputación favorable no son nada más los políticos sino sus partidos, que cargan con el peso, bueno o malo, de generar recordación nada más con sus logos. Es una clara prueba de que, sin duda alguna, los partidos sí pueden ser considerados como organizaciones. 



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