Desde
que la gente empezó a considerar las redes sociales como un espacio propio para
el debate político, la Maizena, las caravanas, las camisetas y todo el ruido
que invadía las calles de Bogotá, hace veinte años, en días de elecciones, fue
reemplazado por tuits. El domingo pasado, como cada cuatro años, y como la
familia ejemplar que somos, mis papás y yo fuimos a votar, todos juntos. Sin
imaginarme la indignación que me invadiría en la noche y al día siguiente,
sonreí cuando mi mamá me dijo “Te habría encantado ponerte una camiseta de
Galán y tirarle Maizena a la gente”. Y sentí nostalgia por algo que nunca
experimenté.
La personificación
Tal
vez por la inocencia propia de haber votado solo dos veces en mi vida, ejercí
mi derecho al sufragio confiando que mis candidatos ganarían. Llegué a la mesa
35 de mi puesto de votación, los jurados me dieron los tarjetones, yo les di mi
cédula y me aparté al cubículo, para tachar exactamente los números y los
partidos de mi preferencia. Creí que iba a ser fácil, pero al enfrentarme a semejantes
pliegos de papel, de un momento a otro, se me olvidó absolutamente todo.
La
cantidad de casillas, de numeritos, me recordó al sufrimiento que pasé
presentando el ICFES. Cuando logré sobrepasar semejante amargura de recuerdo,
lo primero que vi fue el logo partido Centro Democrático, es decir, exactamente
la silueta de Álvaro Uribe Vélez. Me tomé un par de segundos para digerir el
hecho de que no le ofrecía al elector la opción del voto preferente. Sentí náuseas.
Cuando
el malestar disminuyó, entendí que Centro Democrático no ofrecía voto
preferente, porque –sinceramente- la gente votó no por el partido sino por su
creador, homónimo y presidente, Álvaro Uribe Vélez. Salimos de votar y les
comenté mis nauseas a mis papás. Les dije que me parecía inadmisible que un
partido político fuera así de subordinado, dependiente de su líder. Mi papá,
satisfecho con su adoración a Uribe, lo defendió diciendo que, desde la
Revolución Francesa, los partidos habían sido guiados por ideas y principios
individuales. “Sí” –le dije-, “pero nunca hubo un partido que se llamara ‘Los
libertarios de Montesquieu’”.
De acuerdo con Cárdenas, la
mediatización de las campañas, el que mi mamá me haya dicho que me habría
encantado tirar Maizena pero que ya nunca lo voy a vivir, “ha llevado a un
proceso de transformación de los procesos electorales al existir una mayor
cantidad de información (…) Todo esto ha llevado a que los partidos políticos
vayan cediendo su papel protagónico en la contienda electoral frente a los
candidatos”. (p. 5)
Aunque sí, el voto no era
preferente y las personas votaban por el partido entero, no ha habido un
ejemplo más claro de esto, porque la gente no votó por Centro Democrático. No.
Votó por “el partido de Uribe”. “Igualmente
van surgiendo movimientos unipersonales que van modificando el tipo de voto
dando un tránsito de la votación por partidos a la votación por candidatos”. (Cárdenas, p. 4) O por carisma, o por
credibilidad o por imagen, a los candidatos se les dota de la legitimidad
carente de los partidos. La cuestión es que, a mi parecer, Uribe no tiene
ninguno de esos tres.
En
la noche, llegamos a la casa a esperar los resultados. Cuando vi que mi
candidato al Senado no había alcanzado los votos necesarios para ser elegido,
me conformé. Algún día me iba a tocar perder.
La abstención
Todo
menos conformismo fue lo que sentí al ver la inmensa cantidad de personas que
se habían abstenido de votar ese día. Inclusive, un pueblo en Bolívar había
decidido plantarse en los puestos de votación sin generar un solo voto. “La caracterización del
comportamiento electoral parte de considerar fenómenos como el tipo de
población asentada en el territorio, su idiosincrasia y costumbres culturales,
los modelos económicos predominantes, y su reflejo en la organización social y
las relaciones de poder prevalecientes en las regiones del país”. (p. 7) Es
cierto que cada región del país vota de acuerdo al contexto en el que se
encuentra, y ese contexto está determinado por una serie de factores que varían
sensiblemente de acuerdo a la geografía.
Pero es cierto también que debe
haber otra serie de factores que consiguen uniformar todas las regiones en una
conducta similar o perfectamente igual, que es no votar. “Este panorama fue muy
evidente en la década de los 90`s con los recurrentes escándalos de corrupción
política en Colombia que llevaron a un descenso de la imagen favorable de las
instituciones y a un desprestigio de los partidos políticos”. (p. 10) Valdría
la pena preguntarse qué tan legítima es una elección en la que la gente no
cree; o qué tan legítima es una democracia de la que los ciudadanos desconfían,
y desconfían tanto que prefieren no formar parte de ella.
Triste es que la gente vote por
José Obdulio Gaviria, o por Álvaro Uribe, o por Roberto Gerlein, pero más
triste es que no voten en lo absoluto, creo. “La legitimidad y la imagen
favorable de los distintos órganos de elección popular, salvo los cargos
ejecutivos, ha disminuido con los más recurrentes escándalos de corrupción y
vínculos de políticos con grupos paramilitares”. (p. 11) Lo que tenemos son
razones para no creer en la democracia, pero llegar una noche después de
elecciones con las esperanzas elevadas, creyendo que –por única vez- algo va a
ser distinto, es solo resultado de la inexperiencia.
Más de dos millones de votos
fueron anulados. Además de que la gente no vota, vota mal. Hablar de tendencias
electorales sería ignorar que la tendencia nacional es la abstención, porque, a
decir verdad, hay más participación en los reality
shows. Mi desesperación, combinada con el desprecio que me genera Uribe Vélez,
me ha llevado considerar alternativas como que no se imponga la Ley Seca y que
la gente vote alegremente; o que en vez de ir a las urnas, se envíen los votos
por medio de mensajes de texto.
Colombia padece de enaltecer a
sus políticos como si fueran seres superiores. Verlos lejanos solo hace más
satisfactorio tocarles la mano cada vez que visitan el pueblo de turno, y mucho
menos apropiable el derecho que tiene cada quien, de exigirles que cumplan con
lo que dicen. Los políticos también hacen fila, les falla el celular y se les
ensucian las gafas. El día que los electores entiendan que quienes hacen el
favor son ellos y no por quienes votan, se me van a pasar las náuseas.
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