martes, 11 de marzo de 2014

Saquen la Maizena

Desde que la gente empezó a considerar las redes sociales como un espacio propio para el debate político, la Maizena, las caravanas, las camisetas y todo el ruido que invadía las calles de Bogotá, hace veinte años, en días de elecciones, fue reemplazado por tuits. El domingo pasado, como cada cuatro años, y como la familia ejemplar que somos, mis papás y yo fuimos a votar, todos juntos. Sin imaginarme la indignación que me invadiría en la noche y al día siguiente, sonreí cuando mi mamá me dijo “Te habría encantado ponerte una camiseta de Galán y tirarle Maizena a la gente”. Y sentí nostalgia por algo que nunca experimenté.

La personificación

Tal vez por la inocencia propia de haber votado solo dos veces en mi vida, ejercí mi derecho al sufragio confiando que mis candidatos ganarían. Llegué a la mesa 35 de mi puesto de votación, los jurados me dieron los tarjetones, yo les di mi cédula y me aparté al cubículo, para tachar exactamente los números y los partidos de mi preferencia. Creí que iba a ser fácil, pero al enfrentarme a semejantes pliegos de papel, de un momento a otro, se me olvidó absolutamente todo.

La cantidad de casillas, de numeritos, me recordó al sufrimiento que pasé presentando el ICFES. Cuando logré sobrepasar semejante amargura de recuerdo, lo primero que vi fue el logo partido Centro Democrático, es decir, exactamente la silueta de Álvaro Uribe Vélez. Me tomé un par de segundos para digerir el hecho de que no le ofrecía al elector la opción del voto preferente. Sentí náuseas.

Cuando el malestar disminuyó, entendí que Centro Democrático no ofrecía voto preferente, porque –sinceramente- la gente votó no por el partido sino por su creador, homónimo y presidente, Álvaro Uribe Vélez. Salimos de votar y les comenté mis nauseas a mis papás. Les dije que me parecía inadmisible que un partido político fuera así de subordinado, dependiente de su líder. Mi papá, satisfecho con su adoración a Uribe, lo defendió diciendo que, desde la Revolución Francesa, los partidos habían sido guiados por ideas y principios individuales. “Sí” –le dije-, “pero nunca hubo un partido que se llamara ‘Los libertarios de Montesquieu’”.

De acuerdo con Cárdenas, la mediatización de las campañas, el que mi mamá me haya dicho que me habría encantado tirar Maizena pero que ya nunca lo voy a vivir, “ha llevado a un proceso de transformación de los procesos electorales al existir una mayor cantidad de información (…) Todo esto ha llevado a que los partidos políticos vayan cediendo su papel protagónico en la contienda electoral frente a los candidatos”. (p. 5)

Aunque sí, el voto no era preferente y las personas votaban por el partido entero, no ha habido un ejemplo más claro de esto, porque la gente no votó por Centro Democrático. No. Votó por “el partido de Uribe”. “Igualmente van surgiendo movimientos unipersonales que van modificando el tipo de voto dando un tránsito de la votación por partidos a la votación por candidatos”.  (Cárdenas, p. 4) O por carisma, o por credibilidad o por imagen, a los candidatos se les dota de la legitimidad carente de los partidos. La cuestión es que, a mi parecer, Uribe no tiene ninguno de esos tres.

En la noche, llegamos a la casa a esperar los resultados. Cuando vi que mi candidato al Senado no había alcanzado los votos necesarios para ser elegido, me conformé. Algún día me iba a tocar perder.

La abstención

Todo menos conformismo fue lo que sentí al ver la inmensa cantidad de personas que se habían abstenido de votar ese día. Inclusive, un pueblo en Bolívar había decidido plantarse en los puestos de votación sin generar un solo voto.  “La caracterización del comportamiento electoral parte de considerar fenómenos como el tipo de población asentada en el territorio, su idiosincrasia y costumbres culturales, los modelos económicos predominantes, y su reflejo en la organización social y las relaciones de poder prevalecientes en las regiones del país”. (p. 7) Es cierto que cada región del país vota de acuerdo al contexto en el que se encuentra, y ese contexto está determinado por una serie de factores que varían sensiblemente de acuerdo a la geografía.

Pero es cierto también que debe haber otra serie de factores que consiguen uniformar todas las regiones en una conducta similar o perfectamente igual, que es no votar. “Este panorama fue muy evidente en la década de los 90`s con los recurrentes escándalos de corrupción política en Colombia que llevaron a un descenso de la imagen favorable de las instituciones y a un desprestigio de los partidos políticos”. (p. 10) Valdría la pena preguntarse qué tan legítima es una elección en la que la gente no cree; o qué tan legítima es una democracia de la que los ciudadanos desconfían, y desconfían tanto que prefieren no formar parte de ella.

Triste es que la gente vote por José Obdulio Gaviria, o por Álvaro Uribe, o por Roberto Gerlein, pero más triste es que no voten en lo absoluto, creo. “La legitimidad y la imagen favorable de los distintos órganos de elección popular, salvo los cargos ejecutivos, ha disminuido con los más recurrentes escándalos de corrupción y vínculos de políticos con grupos paramilitares”. (p. 11) Lo que tenemos son razones para no creer en la democracia, pero llegar una noche después de elecciones con las esperanzas elevadas, creyendo que –por única vez- algo va a ser distinto, es solo resultado de la inexperiencia.

Más de dos millones de votos fueron anulados. Además de que la gente no vota, vota mal. Hablar de tendencias electorales sería ignorar que la tendencia nacional es la abstención, porque, a decir verdad, hay más participación en los reality shows. Mi desesperación, combinada con el desprecio que me genera Uribe Vélez, me ha llevado considerar alternativas como que no se imponga la Ley Seca y que la gente vote alegremente; o que en vez de ir a las urnas, se envíen los votos por medio de mensajes de texto.


Colombia padece de enaltecer a sus políticos como si fueran seres superiores. Verlos lejanos solo hace más satisfactorio tocarles la mano cada vez que visitan el pueblo de turno, y mucho menos apropiable el derecho que tiene cada quien, de exigirles que cumplan con lo que dicen. Los políticos también hacen fila, les falla el celular y se les ensucian las gafas. El día que los electores entiendan que quienes hacen el favor son ellos y no por quienes votan, se me van a pasar las náuseas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario