jueves, 14 de agosto de 2014

Crónica de estrenar el SITP

Se acabaron los días de salir a la calle, esperar alguno de los innumerables buses que decían 'Unicentro' y tener la certeza de que uno no se iba a perder. Adiós a los bellos días de la certidumbre de coger un bus y tener pleno conocimiento de su ruta. Yo creí que nunca iba a conocer angustia más grande que cuando el chofer volteaba el tablero en pleno camino. ¿Cómo así? ¿Nos vamos a devolver? ¿Ya no vamos para donde íbamos? ¿Para dónde voy? ¿Quién soy? Eran mis preguntas más existenciales, hasta que Robinson Díaz decidió ser la imagen del SITP y quitarnos, por lo menos a mí, toda la seguridad ontológica.

Es el final de una era. Nunca más el "Présteme pa'l bus". Nunca más "¿Me lleva por mil?". Nunca más "¿Nos lleva a los catorce por 5 mil?" Fueron unos días lindos. Subirme por la puerta de atrás fue el climax de mi corrupción. Y quise prolongar esta etapa de mi vida lo más que pude, pero ya -simplemente- no hay de mis buses, de mis buses púrpuras, celestes, ocres y negros, que reconocía no por su tablero sino por su color. Por eso, mi problema con el SITP es puramente cromático.

Llevo toda una vida sabiendo que el bus amarillo va por la 19; el verde, por la 11; el blanco, por la 170; el ocre, por la 134; el negro, por la 94, y ahora me quieren hacer creer que los azules van por todos lados. Esto pone en duda todas las certezas sobre las cuales fundamentaba mi personalidad, mis principios, mis planes, mis sueños. De verdad. Por eso implementé una desobediencia civil, en la que me negaba a tomar esos buses a prueba de daltónicos. Sin embargo, ayer la vida le volvió a dar la razón a mi mamá y mi insurgencia perdió toda su viabilidad.


Circunstancias inevitables de la vida me llevaron, hace un año, a tener una tarjeta del SITP. Está marcada con mi nombre y cédula, porque al que no quiere caldo le marcan la tarjeta. La recargué solo esa vez, obligada, para cumplir un requisito de la universidad y pasar el semestre. Evidentemente, no tenía alternativa. Quiero que quede claro que actué bajo coacción y que si usé mi tarjeta fue porque no tuve otra opción. 

Ni siquiera para mi tesis investigué tanto.  Entré a la página de SITP, busqué las rutas, algún video tutorial en el que Robinson Díaz me explicara qué bus tomar. Hice clic en cada una de las zonas de la ciudad, buscando mapas, convenciones, paraderos, paradas, testimonios de los pasajeros, el pasado judicial de los choferes, el modelo de cada uno de los buses, el estado de su revisión de gases y de la tecnomecánica, solo para saber qué bus coger. Tú y tu cursito de SITP online. 

Tengo una relación de amor y odio con el sistema... con el Sistema Integrado de Transporte Público. A su favor veo que es una medida llena de buenas intenciones, que busca dotar de orden a esta Bogotá, bella en su caos. En contra, veo que nadie se sube a cantar y que hay que tener un computador para saber qué bus parar (y casi nadie tiene computador). Tal vez, algún día, esto se vuelva natural; tomemos los buses azules, los vinotintos y los anaranjados como tomábamos el de Unicentro, Verbenal y Paraíso: a ciegas. Por ahora, contrariando cada particularidad de nuestra rutina, para subirse a un bus azul hay que -en pocas palabras- tener un doctorado a lo Tony Dize. Ojalá a nadie se le ocurra nunca una tarjeta para caminar.








3 comentarios:

  1. crónicas buenas, regulares, malas, chimbas y esta

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  2. Otra crónica para que la lea séptimo en la clase de hoy, de lunes, de pereza, de niños que sólo viajan en ruta y que jamás han cogido un bus por sí solos (dudo que muchos de ellos se haya subido a un bus de servicio público alguna vez). Esto es como fantasía para ellos.

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  3. Entre varios usuarios del SITP estamos creando el sitio web mirutafacil.com ¿participas?

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