lunes, 16 de junio de 2014

El fútbol y la realidad: confesiones de la fiebre mundialista y un corazón solo

Recuerdo muy bien que, ad portas del 2014, estaba en depresión. En diciembre, la única razón que me quedaba para pararme de la cama era pensar que en seis meses empezaba el mundial y que, además, Colombia iba a jugar. Los meses pasaron, empecé a tener más y más razones, pero esa siempre fue prioridad. Sí. El fútbol es un anestésico. Menos mal.

El fútbol mitiga muchas cosas: ausencias, vergüenzas, traiciones y hasta democracias fallidas. Sinceramente, si no fuera por el mundial, yo y muchos de ustedes estaríamos echados a nuestras penas, cantando borrachos las canciones que nos acuerdan a ella y pendientes de su última conexión de WhatsApp (En esto incluyo a Álvaro Uribe Vélez, quien sin duda ha de estar destruido). Lo cierto es que el fútbol es eso que queda cuando no nos queda nada más, ni siquiera un candidato por quién votar.


[Foto tomada a una hora de la Ley Seca]


Pero también es la forma más bonita de sufrir, como el 3 - 3, en el que Colombia se convirtió en líder mundial de úlceras y de sudoración fría. No nos bastó y se lesionó la rodilla más importante de la nación. De indoloro no tiene nada este deportecito. Y experimento la muerte un poco cada vez que James se acomoda la canillera, o que Ospina se tira al suelo y demora en pararse. Me imagino lo peor. Siempre. En la vida y en el fútbol, porque Colombia es como yo, y nos parece extraño que las cosas nos salgan bien y que no nos anulen el gol.

Alemania va a ser campeón, Minia se va a robar el show y Di María va a ser el mejor jugador. Todo eso ya lo sé. Lo que no tengo muy claro es qué va a ser de mí cuando se acabe el torneo. No sé si el fútbol me lleve a ignorar la realidad, o si la realidad me haga ignorar al fútbol. La verdad es que cuando Colombia juega se me olvida que no tengo con quién bailar. Esperaré, tal vez. Esperaré a que vuelva ella antes del próximo mundial.

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