domingo, 8 de junio de 2014

Me mordió una araña

Me mordió una araña. A mí, que las he defendido desde siempre. A mí, que las recojo con cuidado, para no fracturarles las patas. A mí, que nunca las piso ni -cuando las veo- grito. Me mordió una araña y ahora el de la deuda es el karma. El refrán maternal de "si no las molestas, no te hacen nada" nunca tuvo tan poca validez. Yo no solo no les estaba haciendo nada, sino que era su representación diplomática entre los humanos. Pero, me mordió una araña y no fue cualquier cosita.


No se siente como la picadura de una pulga, ni de una avispa, ni de la curiosidad. El dolor se prolonga, porque sentir que algo roce, toque, se aproxime a la herida es insoportable. Por eso, es mejor cubrirla, luego de desinfectarla con alcohol, agua, isodine o besos.

Tengo muy claro que no me merecía el mordisco. Es poco común tener la certeza de que uno no merece un dolor. Sin embargo, de pronto, el que yo fuera una abanderada de las arañas no tenía valor alguno, si no conocía la verdad de sus picaduras, y no es que me haya mordido una viuda negra ni nada.

No he dejado de sentir el brazo. A veces me toco la herida. porque soy de esos niños que se quitan las costras y se arrancan los dientes de leche. No me han empezado a dar miedo las arañas. El miedo es la forma más común de discriminación. Si se me cruza una por delante, no la voy a mirar mal. Aunque no entiendo por qué me mordieron, uno tiene que aprender a querer a la vida, así de cínica y todo.

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