miércoles, 16 de julio de 2014

Carta a Joaquín

Hola, Joaq.

Son las 2 de la tarde y me acabas de llamar. Mejor dicho: le pediste a tu mamá que marcara mi número y contestaste tú, como siempre hacemos. Cada vez que ella me llama, sé que eres tú. Me invitaste a jugar fútbol en una hora y dije que sí. Eres la primera persona a la que nunca le he dicho que no. En este momento debería estar avanzando en mi trabajo de grado, para que sepas, pero la necesidad de escribirte -finalmente- me ha ganado el partido.

Es miércoles. Recuerdo que naciste un miércoles. Yo tenía que ir al colegio ese día, pero no fui, con tal de no perderme el acontecimiento. Me acuerdo de la primera vez que nos vimos, que te vi. No me imaginé que en 50 centímetros cabía el alma de mi mejor amigo. Metí mi índice entre tu mano e, instintivamente, la cerraste y no la volviste a abrir nunca más.

Te escribo para darte gracias. Sin darte cuenta, me has dado fuerzas en los momentos más inciertos de mi adolescencial vida. Si te lo dijera, responderías como siempre lo haces cada vez que te declaro mi amor: "Está bien". Así como todavía no sabes que tienes una pierna zurda que va a golear a más de uno, tampoco dimensionas que lo que siento por ti no lo siento por ninguno.

Me imagino que, si lo planearas, no te saldría tan bien. La sinceridad viene, precisamente, cuando no hay que esforzarse para disimular, matizar o esconder nada. De ti he aprendido chistes, dichos, excusas y razones, pero sobre todo a decir la verdad siempre. "-¿Por qué no quieres ir a la finca, Joaquín?" "-Porque allá no hay nada para hacer. Solo comer, comer y comer".

Te digo la verdad: sin ti podría vivir, pero no sería más fácil. Así como nunca me has fallado, prometo no fallarte nunca. Como hoy, que terminaré esta carta y saldré rápidamente a enfrentarte en nuestro ene mil partido. He aprendido que nada ni nadie en la vida es propio ni permanente, pero tú eres la excepción a esa y a muchas otras reglas. Siempre estás, siempre estamos, como un muelle al que llegamos después de la tormenta; en el que nos sentimos como en casa; nos ofrecen tinto, abrigo y comida, para después embarcarnos a nuevas batallas.

Ojalá todos tuviera un muelle, Joaq. Así no andarían perdidos en alta mar, jugando a hacerle daño a la gente cada vez que no saben hacia dónde más navegar. Cada vez que las velas no viren, que el mástil se parta, saber que hay a dónde llegar; bajar las anclas, jugar fútbol, comer cereal; esperar a que las heridas cierren y volver a empezar. Eres mi muelle, Joaq, igual que soy el tuyo desde la primera vez que te vi eructar.







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