martes, 13 de junio de 2017

El periodismo, el dolor y dejar ir

Estudié periodismo, porque quería ser como Jaime Garzón. Luego aprendí que Jaime era abogado. A pesar de esta decepción, me fui enamorando no tan poco a poco del oficio. 

El periodismo

Nunca una actividad tuvo tanto sex appeal. El compromiso con la verdad, la estética de las palabras y la responsabilidad con la democracia seducen a cualquiera. No quise ser otra de sus mozas, así que decidí no ser periodista y mejor escribir por escribir, como escribo ahora. Por amor y no por pasión, que es distinto. Tanta seducción termina por joderte la cabeza, pierdes las nociones de justicia, de humanidad, solo con tal de conseguir un puto like. 

Cuando todavía estaba en la universidad, tenía un compañero que quería ser periodista de guerra, como quien estudia Medicina y quiere ser Gastrointerólogo. No sé si un periodista de guerra es un soldado que sabe escribir o un periodista que sabe pelear. Igual, así como hay gente que se dedica a escribir sobre cómo nos matamos, también hay posgrados para aprender a escribir sobre cuando nos dejamos de matar. Entonces aparecen las maestrías, diplomados, especializaciones, retiros espirituales, coaching, kermeses y bazares para convertirse en expertos en escribir sobre víctimas, verdad y memoria, pero lo cierto es que nadie sabe cómo se hace, hasta que le pasa. 

El dolor

La vida en Colombia es lo que pasa entre un hecho atroz y otro peor. A todos se nos despierta el Jorge el Curioso interior y consumimos cuanta noticia de pacotilla se nos atraviese por el News Feed, todo con tal de no quedar como un desactualizado en la siguiente reunión social, cuando se decida por consenso tácito entretenerse con las desgracias ajenas. 

Y los medios lo saben. Saben perfectamente que el miedo más grande que se padece en la actualidad es el fear of missing out. Quedarse por fuera. No coger el chiste. Solo por eso, solo por eso, las tragedias más insoportables se rodean persistentes por las redes. Que última hora, que exclusivo, que el testimonio, que el dictamen, que yo no sé qué mierdas, y se prologan los dolores solo por la sed insensible de saber más, sin importar si es la verdad. 

Como nadie sabe cubrir el sufrimiento; como cualquiera es seducido por el periodismo; como lo que importan son los likes; como nadie quiere parecer desinformado, y como a nadie le importa quién está al otro lado del texto, solo hasta estar leyéndolo con los ojos empañados, es posible entender que el afán por vender impresiones y por intervenir conversaciones con el dato que nadie más tiene agranda las heridas que parecían insuperables. 

Dejar ir

En los últimos días, mis amigos y yo nos volvimos expertos en lo que nadie debería tener experiencia. Hoy apenas estamos aprendiendo a dejar ir. A seguir adelante sin olvidar, pero sin sufrir. Recordar y aplicar lo bueno. Sin meter los dedos en las heridas, dejando que cicatricen sin hurgarlas. Diferenciando la verdad de lo que no importa y los medios deberían hacer lo mismo. Dejen ir. Dejen ir.

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