La arena política en la que me muevo son mis
almuerzos familiares. Especialmente en épocas de elecciones, siempre hay
alguien que toma las riendas de la dinámica y hace la pregunta imprescindible: “¿Por
quién van a votar?” Yo, que llevo experimentando la mayoría de edad tan solo
tres años, nunca me la tomé muy a pecho. Mi familia tiene todas las
características para irradiar uribismo hasta en su forma de comer. Por esa
razón, esta juvenil alma anti uribista prefirió siempre lavar la loza antes que
ser parte de semejante conversación. Y yo odio lavar la loza.
O por destino o por voluntad o por inercia, hoy
estoy más empapada de política de lo que alguna esperé. Siempre tengo algo qué
decir, algo que contar, algo que leer. Por ejemplo: sé muy bien que la tragedia
de Tumaco no se trató exactamente de “niños bomba”, como aseguraron los medios
de comunicación más influyentes del país. Por esta razón, y teniendo en cuenta
que el uribismo no es una fe ciega sino que cree a pesar de lo que ve, me he
visto en la obligación de empezar a ser parte activa de las charlas políticas
en mi casa.
Me he comenzado a ganar una reputación entre mis
tíos y primos. Ahora todos saben que, cada vez que me animo a tomar la palabra,
con mi ritmo pausado de hablar, voy a revelar datos que no transmiten en
Caracol a las siete de la noche y que, exactamente por eso, todos se sorprenden
y desconfían. Cuando lo que digo empieza a tener más sentido de lo que
esperaban, sueltan una risa y deciden tumbar cada uno de mis argumentos con un
solo tiro: “Pues yo amo a Uribe, así Manuela se carcoma, jájaja”. Y se acaba la
conversación y yo me voy a lavar los platos.
Este país es como este texto: todo se trata de
Álvaro Uribe Vélez. Va siendo hora de que lo superemos, honestamente. Estas
elecciones huelen tanto a tinto a caballo, a tobogán con camiseta y a trabajar,
trabajar y trabajar, que ya me da pereza saber qué más va a pasar. Inclusive,
cada uno de los candidatos adquiere un valor siempre y cuando sea considerado
en función del ex presidente ese.
Pocos países han tenido una bandeja de
candidatos tan preparados como la que se enfrenta hoy por la Presidencia de la
República. Sin embargo, cuando me lancé al ruedo familiar, explicando por quién
iba a votar, me saltaron encima diciendo que ése era un voto perdido. Y hoy, mi
familia y toda Colombia, otra vez, ve el ejercicio de la democracia como un
encuentro de uno contra uno nada más; en el que hay que votar para que alguien
pierda en lugar de votar por el que más convenza.
Antes de cada debate, Uribe peina a Zuluaga, le pone un poquito de gel y le dice: "Para mí ya eres un campeón". Santos se levanta cada mañana, se afeita y dice al espejo: "Hoy tampoco tengo ganas de debatir". En esa rutina llevamos casi tres meses y nos ha parecido suficiente. Esos dos candidatos nos hacen creer que madrugar el domingo a votar no va a ser en vano; que alguno de los dos va a salir ganando, y el país va a seguir andando. Lo triste es que no votamos por el peinado o por la calidad del afeitado: votamos por el uno porque nos cae peor el otro.
Antes de cada debate, Uribe peina a Zuluaga, le pone un poquito de gel y le dice: "Para mí ya eres un campeón". Santos se levanta cada mañana, se afeita y dice al espejo: "Hoy tampoco tengo ganas de debatir". En esa rutina llevamos casi tres meses y nos ha parecido suficiente. Esos dos candidatos nos hacen creer que madrugar el domingo a votar no va a ser en vano; que alguno de los dos va a salir ganando, y el país va a seguir andando. Lo triste es que no votamos por el peinado o por la calidad del afeitado: votamos por el uno porque nos cae peor el otro.
Es mejor votar por Peñalosa
porque es pinta, que votar por Clara porque le terminó a Uribe. ¿Me entienden?
Colombia tiene un mal que aqueja cada una de sus dimensiones sociales, y es que
no hacemos nada de frente. Coquetear, querer, odiar, volver y votar. Todo lo
hacemos siempre sin dar la cara. Esta democracia nos da el derecho
constitucional de amar y odiar a quien queramos, y también el privilegio de
hacerlo sin ocultar nada.
Voten, sinvergüenzas. Voten sin vergüenza. Voten
por el que quieran, no por el enemigo del que odian. Este país tan herido
debería ya aprender a sentir dolor sin rencor; a cargar con su memoria sin que
le tiemblen las rodillas, y a saber que hay cosas más graves que la lesión en
la de Radamel. Hoy volvemos al mundial dieciséis años después, sin tener que sumar
ni restar puntos ni goles. Y es que así es que se juega, al fútbol, a la ruleta,
a la política y al amor: hagan lo que quieran, y háganlo sin pudor.
Solo me queda decir: aplausos! pero no votes por Clara
ResponderEliminarLlevo días intentando escribir, pero tengo un bloqueo muy grande, tengo tantas ideas que no sé por dónde empezar, y entonces te leo, carajo Manuela, eres mi amor platónic, me encanta que entiendas que este amor por el periodismo es más grande que el universo.
ResponderEliminarPst: http://deliriosfilosoficos.blogspot.com/2014/05/del-abstencionismo-de-mierda-y-la.html Ahí te dejo.
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